
La actividad pesquera en Porto Cristo – Del esplendor al ocaso (3ª parte)
Como ya comentamos en el anterior capítulo, poco a poco las barcas del bou dejaron de formar parte del paisaje marinero de Porto Cristo. El bou “Carmen” fue desguazado en una marina seca de Cala Llonga y la “Vicenta” en Ciutadella, y construyeron la “Vicenta II”. Le contaba Jaume ‘Jan’ a Joan Tur que “en los años sesenta venía una barca del bou, la “Elvira y José”, que era catalana, y gracias a ella, todos los niños del pueblo pudimos ver por primera vez peces espada y tintoreras”.
Jaume, prosigue Tur, “me contó también que aquella barca realizaba las faenas de pesca de arrastre en invierno y de “marrajo” en verano; en aquel tiempo venían ocho “marrajeras” de Almería”. Lo de estas barcas de Almería, Joan Tur lo recuerda muy bien, “yo tenía unos 20 años y lo viví de cerca; eran la ‘San Francisco’, la ‘San Francisco de Asís’ y seis más”, recuerda Tur.
Declive de la actividad
Refiriéndose al pronunciado declive de la actividad pesquera en Porto Cristo y a las causas que lo provocaron, atribuibles al progreso tecnológico y a la sobreexplotación, según dice Damià Duran Jaume en el último capítulo de su libro “Mode de vida del pescador de Cala Manacor”: “Ciertamente las técnicas mejoran la actividad y los resultados productivos de los pescadores de Cala Manacor, pero la modernización también afecta a otras comunidades pesqueras, ya sean de Cala Figuera, Porto Colom o Cala Rajada…”, y apunta que aquellas circunstancias modificaron las reservas marinas, ocasionando un descenso notable que oscilaba entre un 44 y un 81% en las especies más interesantes para los pescadores locales, como el caramel ‘gerret’, ‘sorell’, morralla, salmonetes y otras especies de pescado. “Unas disminuciones que cabe interpretar conjuntamente con la tendencia negativa de los moluscos (pulpo, calamar, mejillón de roca o almeja) que tan solo entre 1960 y 1962 descendieron un 27 por ciento. Estadísticas que demuestran claramente el progresivo empobrecimiento de las reservas de nuestro mar”.
Refiriéndose a las causas del declive, cada vez más acentuado de la antes frenética actividad pesquera, Duran, sentencia: “Aunque el pescador de Cala Manacor, a lo largo de su historia ha venido demostrando ser suficientemente conocedor del medio para buscarse su modo de vida con la pesca, aprendiendo rápidamente las nuevas técnicas, también es cierto que a mediados del siglo XX impuso un ritmo demasiado ambicioso y arriesgado a su tarea. En un medio frágil, de equilibrios difíciles de conservar, arrastró más y más las redes de los “bous”. Los fondos marinos quedaron tan arrasados que parecían pistas de aterrizaje. Al principio se pescó más cantidad, pero acelerando el proceso de destrucción de muchos hábitats, pastos y refugios de los peces que eran imprescindibles para la vida de los fondos marinos. Se olvidó que la vida animal, ajena a las técnicas, conserva los ritmos de siempre y que los peces tienen, también, su modo de vida”. Refiriéndose a la dura y sacrificada vida que tuvieron que afrontar aquellos hombres de la mar y a las peripecias con las que tuvieron que enfrentarse los pescadores de aquellas épocas, Damià Duran comenta que durante bastantes siglos “su actividad fue restringida por la actuación de los ladrones del mar y después por razones sanitarias”. Y añade que fue una gente que vivía al margen de la sociedad payesa, residiendo en su propia barca y habitando distintas cuevas del litoral. Una vida endurecida por las particularidades ambientales de su oficio, pero con las ganas de ser alguien, quisieron superarse a si mismos y navegaron contra el peor de los vientos: el bajo precio del pescado.
“Mejoraron las condiciones de conservación del pescado y de mercado, pero el afán incontrolado de la sobreexplotación condujo a la mayoría de pescadores al abandono de su oficio”, reflexiona Duran.
Así las cosas, desaparecidas las barcas del bou del muelle de Porto Cristo, quedó la flota de los llaüts y sus patrones que siguieron dedicándose a la pesca profesional y comercializaban sus capturas en la pequeña, pero activa, lonja del muelle, hasta que la paulatina jubilación o desaparición de la mayoría de aquellos viejos lobos de mar, obligó a que las pocas embarcaciones que iban quedando, en el año 2016 emigraran al muelle de Cala Bona y comercializaran su producto en la lonja serverina. Un tema que trataremos en un próximo capítulo.