Recordando la historia de las Coves del Drach (II)
En nuestro anterior reportaje recordando la historia de las Cuevas del Drach a poco de cumplirse un siglo y medio de su descubrimiento, comentamos la que podríamos llamar entrada en escena del Archiduque Luís Salvador (al que dedicaremos un próximo reportaje). No obstante, la importancia del referido personaje por lo que respecta a la promoción y puesta en valor de las cuevas, no puede dejar en el olvido a otras ilustres y destacadas personalidades, en distintos ámbitos, de España y de otros países, que con sus aportaciones, dieron a conocer y ensalzaron las maravillas de las Cuevas del Drach a nivel mundial.
Uno de aquellos personajes, y sobre el que vamos a centrar nuestra atención, fue el abogado francés apasionado de las ciencias naturales y la geografía, considerado el fundador de la espeleología moderna, Édouard-Alfred Martel, cuyo apellido daría nombre al famoso ‘Lago Martel’, una de las maravillas que albergan las cuevas.
Pero antes de centrarnos en Martel, recordemos que mossèn Fernando Moragues, que realizó centenares de fotografías de personajes y eventos de la época, hacia 1888 habla, entre otras cosas, de la existencia en la cueva de una hormiga ciega que se alimentaba de guano de los murciélagos y de una araña de largas patas que se nutría de minúsculas moscas ciegas. Asimismo, el profesor rumano Racovitza halló un minúsculo crustáceo acuático que no existe en ninguna otra parte del mundo, según el historiador Josep Segura i Salado (1978).
Por su parte, el pintor, dibujante y publicista francés Gaston Charles Vuillier, publica una serie de libros de viaje ilustrados por él, entre los que figuran el realizado a las Islas Baleares, bajo el título genérico de “Les illes oubliées” (Las islas olvidadas, 1893).
Martel, en su publicación “Memoria”, se refiere a Vuillier en estos términos: “Mi amigo Vuillier, que ya me había hecho descubrir las maravillas de Padirac (Francia), me puso también al corriente del lisonjero concepto que le mereció la Cueva del Drach al visitarla a la ligera y de un modo incompleto. Desde años atrás, me había recomendado eficazmente al Archiduque Luís Salvador, de quien recibí con antelación la seguridad de las más cumplidas facilidades para un estudio serio y concienzudo. Por fin en septiembre de 1896, después de haberlo ido demorando involuntariamente, varias veces, de año en año, pude realizar el viaje a Mallorca proyectado desde 1892. La acogida y el apoyo que me dispensó el Príncipe… no cabe explicarlo por medio de palabras, ni estas podrían proclamar tampoco la gratitud que por él sienten todos los exploradores y viajeros honrados con su benevolencia. No solo es un sabio el Archiduque Luís Salvador, sino también un literato y un mecenas por su bondad sencilla y sus discretas larguezas, es el soberano moral de Mallorca al punto de haberle declarado ‘hijo adoptivo de la isla’ la principal corporación municipal”. (Cabe aclarar que tal declaración, acordada el 13 de junio de 1877, no se hizo efectiva oficialmente hasta el 26 de octubre de 1895).
Según dice en su libro Juan Moratille, el caso es que, cuando Martel, acompañado de su inseparable ayudante Louis Armand llega a Mallorca, el Archiduque se encontraba en Venecia. Pero su apoderado, el anciano director del Instituto Balear, Francisco Manuel de los Herreros, ayudado por su nieto Pedro Bonet de los Herreros, joven abogado de 23 años, suplieron con sus delicadas atenciones la ausencia del Archiduque.
Martel y Louis Armand llegaron al Port de Sóller, donde les recogió Pedro Bonet para llevarlos a Son Galcerán, donde el Archiduque acostumbraba albergar a sus invitados. Al día siguiente se trasladaron de Palma a Manacor en ferrocarril, para ir seguidamente a Porto Cristo, donde se hospedaron en la “modesta pero aseada” Fonda Felip de Bartolomé Rosselló Sansó.
Continúa Martel contando en su “Memoria” que salieron a las cinco de la tarde de la fonda para efectuar un primer y breve reconocimiento de la gruta, después de cerca de un cuarto de hora de camino para llegar a la cueva.
A Martel no le parecieron exageradas las hiperbólicas descripciones que hace Vuillier en su ya citada obra y en especial del “Lago de las delicias”, dibujado por él, y apostilla que “nosotros hemos visto bellezas todavía superiores en las partes ignoradas de la Cueva que hemos sido los primeros en descubrir y penetrar”.
Para la exploración de la cueva, Martel disponía del plano topográfico realizado por M .J. Will, ingeniero alemán de Munich que se publicó en Palma a escala 1.500º en mayo de 1880, e interesaba la ‘Cueva Blanca’, la ‘Cueva Negra’ y la ‘Cueva de Luís Salvador’. El plano le pareció suficientemente correcto, “sin necesidad de más rectificaciones que algunas de detalle…, pero tiene la laguna capital de no llevar indicada la dirección del Norte, que he debido determinar valiéndome de una gran brújula de anteojo y niveles de agua, a fin de relacionarla con el plano de la superficie del suelo”.
Descubrimiento del ‘Lago Miramar’, después llamado ‘Martel’
Así narra E. A. Martel en su citada “Memoria”, inserta en el Anuario del Club Alpino Francés, el descubrimiento de la mayor de las maravillas que albergan las Cuevas del Drach, el desde entonces bautizado como Lago Martel: “En la ‘Cueva Luís Salvador’, Will había señalado unas cavidades como inexploradas, pero ninguna reveló nada interesante. Sin embargo, donde empezaba la verdadera incógnita era en el ‘Lago de la GranDuquesa de Toscana’, así llamado en obsequio a la madre del Archiduque. Nunca había flotado en él bote alguno, ni jamás se había dado vuelta en torno de los islotes estalagmíticos que se levantan en forma de pilares hasta la bóveda. Tan solo el guarda de la gruta, Lorenzo Morey y Caldentey, había entrevisto, trepando en la roca, hacia la izquierda, hasta una penumbra llamada ‘ventana’ en mi plano, una inmensa superficie de agua sombrosa, sin fin, visible a la pálida luz de la bujía. Esta vista preliminar había permitido comprobar que, detrás del ‘Lago de la Gran Duquesa, se extendía hasta muy lejos una maravilla por descubrir”. Quedaba por averiguar si, como figuraba en el plano de Will, este nuevo lago iba a unirse con los de la Gruta Blanca, describiendo una gran curva.
Y sigue narrando Martel: “Es el día siguiente, jueves 10 de septiembre de 1896, cuando dos botes de tela turbaron por primera vez el espejo tranquilo del Lago de la Gran Duquesa. Los señores Don Pedro Bonet de los Herreros y Don Fernando Moragues, con Armand y yo, tuvimos el placer de soñar despiertos el ensueño imaginado por el señor Champsaur”. Y continúa, embelesado, Martel su narración con estas palabras no exentas de poesía: “Con qué delicia recorrería el viajero sus transparentes aguas en ágil barquichuelo por entre las delicadas cristalizaciones… Ninguna emoción sería comparable a la suya, ningún recuerdo sería par él tan grato, ni ningún sitio le atraería tanto como esta oculta maravilla envuelta en el silencio y la oscuridad de las profundidades de la tierra”.
El propio Martel describe así “el mayor estanque subterráneo que conozca”, bautizado por él como ‘Lago Miramar’ y que luego llevará su nombre: “Su longitud alcanza 177 metros desde el pie de la ‘ventana’ hasta el extremo del recodo que forma hacia el Oeste; su anchura media es de 30 metros y su profundidad variable entre 5 y 8 llega a 9 metros en el sitio más hondo. A través del agua clara y salada se distinguen inmensas losas caóticas sumergidas, destacando en la bóveda los huecos que dejaron al desprenderse. Poco se eleva la bóveda, de 6 a 8 metros, pero así surte efecto más bello porque cabe admirar mejor los millones de estalactitas finas que se agrupan y estrujan, las unas contra las otras, largas láminas de diamante lloradas por las infiltraciones”.
Dice Juan Moratille, y así sigue siendo, que desde entonces, el “Lago Martel” se convirtió en la joya de las Cuevas del Drach. Tan pronto se fueron publicando las noticias de tal descubrimiento, no dejaron de aumentar las visitas, tanto de especialistas como de profanos, ávidos de curiosidad por aquella maravilla.
A todo ello podemos añadir que, desde hace años, el Lago Martel es el escenario acuático que cada día surca la embarcación que lleva a bordo el grupo de músicos que ofrecen el bello concierto musical que despide a los incontables visitantes de las, nunca suficientemente ponderadas, Cuevas del Drach.