«Un enigma de mil caras», por Jordi Skynet
Presioné la tecla Enter con una mezcla de emoción y anticipación. Ese simple gesto debía poner en marcha un programa, un script en Python que analizaría los datos recién extraídos gracias a un secuenciador de tercera generación sobre un gen modificado en la leucemia. Python es un lenguaje de programación muy utilizado en la investigación científica por su simplicidad y potencia. El ordenador comenzó a procesar el algoritmo, y en cuestión de segundos, ese script debía revelarme qué tipo de modificación había adquirido el DNA responsable de la codificación de una proteína mutante asociada a un tipo específico de leucemia. Estas aplicaciones, que he desarrollado durante el último año, incluyen la bioinformática asociada al análisis, haciendo posible desentrañar las complejidades genéticas de muchas de estas enfermedades.
El momento no podía ser más emocionante: eran las 8 de la tarde, y todas las luces del laboratorio estaban apagadas. Solo el resplandor del monitor, una pequeña lámpara en mi mesa de trabajo y el brillo de las luces de la calle que entraba por las ventanas iluminaban el espacio. El laboratorio, vasto y silencioso, parecía aún más imponente en su quietud. Desde niño, siempre quise ser científico. Recuerdo claramente un día en particular cuando tenía unos 7 u 8 años y mi padre me preguntó qué quería ser de mayor. Yo, con la nevera abierta, le respondí que quería ser científico, aunque en ese entonces no sabía exactamente qué significaba. También me vienen a la mente momentos en los que desmontaba aparatos y los volvía a montar, movido por la curiosidad insaciable de entender de qué estaban hechos por dentro.
Siempre imaginé que ser científico sería algo así: estar en la frontera del conocimiento, desvelando los misterios de la naturaleza. Pero en el preciso momento en que ejecuté el algoritmo, todas esas expectativas se materializaron de una manera que nunca podría haber anticipado. Esa secuencia de DNA, resultado de una mutación que le daba una ventaja evolutiva y fomentaba el desarrollo de la leucemia, no era una sola… Para quienes no están familiarizados, la leucemia es un tipo de cáncer que afecta a los tejidos formadores de sangre del cuerpo, incluyendo la médula ósea y el sistema linfático, y provoca la producción de células sanguíneas anormales. No descubrí una nueva secuencia, sino mil secuencias a la vez. Era como la física cuántica aplicada a la biología molecular: múltiples realidades coexistiendo. Era el más perverso mecanismo de la evolución. ¿Un rompecabezas de mil caras? Claro, con razón era tan difícil de vencer.
El laboratorio, que minutos antes me parecía un santuario de conocimiento, ahora se había convertido en una cueva de enigmas insondables. Repetí el algoritmo, cambié de muestra. Siempre el rompecabezas de las mil caras, y cada vez mil caras diferentes. Nunca lo imaginé hasta que me lo encontré cara a cara. Hoy estoy a punto de publicar el artículo que lo describe, un descubrimiento que podría ayudarnos a redefinir nuestra comprensión de este tipo específico de leucemia.
Cerré el ordenador y salí por la puerta del laboratorio, asegurándome, como siempre, de no haber dejado nada encendido. Este ritual, un TOC desarrollado en mi tierna infancia, me proporciona una sensación de control en un mundo que, a menudo, se siente caótico. Tomé el camino hacia casa, caminando. No tengo coche; un ICTUS sufrido el año pasado me ha dejado temporalmente sin carnet, pero no sin ilusión.
Mientras caminaba, sentí una mezcla de satisfacción y asombro. Las expectativas de mi niñez se habían cumplido de una manera que nunca habría podido prever. Esto es lo que soñé que sería, y me gusta. El rompecabezas no es una buena noticia… o sí, porque si quieres combatir algo, es fundamental saber a qué te enfrentas. Este es un paso adelante, una pieza más en el rompecabezas de la vida.
El descubrimiento de este enigma de mil caras es un recordatorio de la complejidad de la biología y de la naturaleza. No es simplemente una batalla contra una enfermedad, sino una guerra contra la misma esencia de la evolución y la adaptación. Saber que estas mutaciones son tan diversas y multifacéticas me llena de una mezcla de temor y admiración. Temor porque la tarea es monumental, y admiración por la resiliencia de la vida en todas sus formas.
La ciencia es, en última instancia, un viaje de descubrimiento. Cada hallazgo, cada pequeño paso adelante, es una victoria en la gran cruzada por el conocimiento. Y aunque el camino es arduo y a veces desalentador, cada paso nos acerca más a entender y, quizás algún día, vencer al rompecabezas de mil caras.