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Las Hermanas de la Caridad, más de un siglo de labor social y humanitaria en Porto Cristo

Un aula escolar

El pasado día 24 de octubre se cumplió el 110 aniversario de la llegada de las dos primeras monjas Hermanas Mayores de la Caridad a Porto Cristo. Así se hizo realidad el deseo de don Joan Amer,consciente de la demanda de los nuevos porteños de poder dar a sus hijos enseñanza y educación, tal como lo preveía la Ley de Colonización, solicitó y obtuvo por mediación de Mossèn Alcover el beneplácito del Señor Obispo para que una Comunidad de Religiosas se establezca en Porto Cristo, a fin de crear una pequeña escuela”. Así lo cuenta en el capítulo noveno del libro, obra de Juan Moratille, “Porto Cristo, entre ayer y mañana”. Y añade que el 24 de octubre de 1913, el propio Joan Amer alquiló en la calle de la Concepció la casa propiedad de Bernardo Pujadas y la amuebló para que dos Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paül empezaran a ejercer su labor docente. Además de esta primera instalación provisional, las monjas pronto pasaron a ocupar la casa de Antonio Ochogavía, en la calle Colón, esquina a la plaça del Carme. Así pues, queda claro que la llegada de las primeras religiosas, va estrechamente ligada a la implantación de la escolarización o enseñanza en el Port.

Interior de la capilla

En 1916, don Lorenzo Caldentey “dels Hams”, al que se puede considerar como el cofundador de Porto Cristo, hizo donación del solar enclavado entre las actuales calles Monges, Ecònom Gelabert, Marina y Germans Pinzón, de una extensión de 150 palmos de ancho por 250 de largo, para la edificación del convento de las Hermanas de la Caridad, que durante años atendieron las necesidades educativas, sanitarias y sociales de la hoy pujante colonia veraniega.
Sigue narrando Moratille que “hasta los años 50, pocos progresos había hecho el convento: tres aulas, una para niñas pequeñas, una para niñas mayores y una para niños, que solo podían asistir hasta los tres años”.
Con la llegada de la joven monja sor Margalida Marcé Bestard en septiembre de 1954, el convento recibiría un impulso definitivo. Sor Margalida llegó con 26 años de edad, era natural de Santa María del Camí y venía de ejercer su magisterio religioso en Binissalem. En Porto Cristo se encontró con hermanas de mucha más edad y poco dispuestas a modernizar y ampliar su casa, excusándose en la falta de dinero para acometer las mejoras necesarias.
La superiora sor Isabel, sor Teodora, sor María de los Reyes, sor Leandra y sor Juana del Corazón de Jesús formaban la comunidad, junto con sor Magdalena, la enfermera, a la que sor Margarita venía a sustituir. La dinámica, voluntariosa y emprendedora Margarita no cejó en su empeño de dar nuevos aires al convento, en todos los aspectos. Pidió ayuda a los vecinos y la consiguió. Se iba integrando en su nuevo ambiente ayudando y cuidando de los enfermos con entrega e ilusión y en reconocimiento a su acción social, muchas familias colaboraron con gran generosidad en sus proyectos. Así, poco a poco, se consiguió darle al convento su actual aspecto y dotarlo de nuevas instalaciones, como residencia, sala de curas y cuidados, capilla, salón, comedor y un amplio patio interior.
Además de impartir clase a treinta niños, sor Margalida recorría el pueblo a pie para visitar y atender a los enfermos. Y por la mañana temprano preparaba el trabajo a los albañiles que realizaban las obras en el convento. También fundó una banda de tambores, que más tarde completaría con la incorporación de cornetas. Los primeros tamborileros fueron Joan Servera Munar, Joan Vaquer “Vermell”, Joan Brunet y Toni Bonet “Carter”. Los instrumentos fueron donados por Àngela Amer, “la Senyora de ses Coves».
Las actividades llevadas a cabo por las monjas iban en aumento y, en consecuencia, iban aumentando sus necesidades materiales para atender las constantes demandas del núcleo costero. El 21 de diciembre de 1965, el párroco Pedro Gelabert bendecía un coche Seat 600 PM.-86711, regalado por el pueblo a las Hermanas de la Caridad para que pudieran realizar con más comodidad y celeridad sus servicios fuera del convento y atender a la población diseminada por los predios vecinos. El vehículo lo trajo Pedro Quetglas e hizo entrega del mismo Ramón Servera Amer, como presidente de la Asociación de Vecinos, recién creada por él.
Crecía el pueblo y en consecuencia aumentaba la población infantil, por lo que se construyeron nuevas aulas escolares. Como dato anecdótico, las monjas también participaron en tareas urbanísticas, consiguiendo que las conducciones de agua dieran servicio a unas cuatrocientas casas de la calle Puerto y calles adyacentes. De ahí que las religiosas recibieran el apodo de “ses monges de ses cunetes”.
En septiembre de 1960, se integró al convento sor Margarita Ferrer, maestra nacional. Ella daba clases de lectura, escritura y cálculo por las mañanas y organizó, como actividades de tarde, un taller de bordado mallorquín y otras labores propias de las niñas y mujeres. Asimismo se creó un grupo de teatro que ofrecía representaciones para el público en general; actividades, todas ellas, que proporcionaban unos apreciados ingresos económicos para la comunidad religiosa.
Tras 79 años de entregada labor humanitaria y social, el convento fue clausurado el 11 de junio de 1992, con hondo pesar de los porteños, que pudieron celebrar, siete años después, en 1997, que volvieran a abrirse sus puertas, en esta ocasión como residencia de las hermanas mayores de toda la Congregación.

Placa conmemorativa del Centenario


13 residentes

Actualmente el convento pertenece a la Comunidad de Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paül. Al cuidado del mismo están la madre superiora Antònia Valriu y otras tres religiosas, que atienden a un total de diez y nueve residentes, la mayoría de ellas con un mayor o menor grado de dependencia. La de mayor edad es sor Magdalena Salamanca, con 99 años.
El centro cuenta con los servicios de asistencia médico-sanitaria externa y con el de auxiliares de enfermería propios y “la colaboración de otras personas que prestan su ayuda de manera vocacional, sin la cual sería muy difícil llevar a término nuestra labor”, comenta sor Antònia.
Las dependencias del convento, todas muy bien cuidadas y adecuadamente amuebladas y decoradas, realizan diferentes funciones, desde la capilla, a una sala de estar y lectura, con televisión, a través de la cual presencian cada día la misa retransmitida por el canal 13 y los domingos la que transmite IB3 TV. Otras dependencias, además de 19 habitaciones individuales en la parte superior, son una sala recibidor, cocina, comedor, baños, una espaciosa sala de estar en la que descansan las hermanas con mayor grado de dependencia, patio exterior y un amplio huerto-jardín que las mismas residentes capacitadas cuidan. Asimismo colaboran en algunas tareas o actividades de la parroquia.
La vida conventual, según explica sor Antònia, “transcurre en un ambiente de paz y tranquilidad en busca del bienestar espiritual mediante la oración, la lectura y la meditación. Todo ello sin estar aisladas del mundo exterior, conectándonos a través de la prensa y la televisión. Las tardes las dedicamos a labores manuales, como punto mallorquín, ganchillo y otras manualidades que destinamos a fines benéficos. Las hermanas con mejor estado de salud participan en las labores domésticas necesarias para mantener el convento en las mejores condiciones de mantenimiento y limpieza y hacer compañía a las más necesitadas de atenciones”. Y añade: “Somos una comunidad que cuidamos mucho esa etapa de la vida que todos tenemos que afrontar con mayor o menor dependencia de los demás, y procuramos que se desarrolle dentro de un ambiente de armonía, silencio, espiritualidad y cariño”.

Vista del patio y jardín del convento

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