«Deforestación educativa», por Jordi Skynet
Septiembre, ese maravilloso mes en el que el aire empieza a refrescarse, las hojas comienzan a caer y, por supuesto, los padres se lanzan en masa a las librerías para participar en el ritual más sagrado del sistema educativo: la compra de libros de texto. Porque, ¿qué sería de la educación sin esos brillantes y coloridos tomos de sabiduría encuadernada, que mágicamente se vuelven obsoletos cada año?
¡Qué placer indescriptible es ver a los padres pelear por el último ejemplar de «Matemáticas 3º ESO» como si estuvieran en los Juegos del Hambre, mientras los libreros sonríen con la satisfacción de un cazador en la temporada alta! Y es que, después de todo, nada dice «progreso» como gastar cientos de euros en libros que, curiosamente, contienen exactamente la misma información que los del año pasado, solo que con la portada ligeramente modificada y algunos ejercicios cambiados de lugar.
¿Quién necesita ordenadores o aplicaciones cuando puedes cargar con una mochila llena de papel? Vamos, ¿qué mejor manera de preparar a los jóvenes para el futuro digital que llenándoles las espaldas de kilos y kilos de libros impresos? Es una forma fantástica de desarrollar la fuerza física y reforzar el carácter, ¿no crees? Después de todo, ¿qué otro propósito podría tener un sistema educativo que obliga a los niños a llevar más peso que un sherpa en el Himalaya?
Además, si alguna vez te has preguntado por qué solo tienen un par de horas de informática a la semana en los colegios, la respuesta es obvia: ¡no queremos que los niños se acostumbren demasiado a eso de la tecnología! No vaya a ser que terminen entendiendo cómo funciona el mundo real en lugar de memorizar la lista de reyes godos. Es fundamental mantenerlos alejados de las aplicaciones educativas, esas horribles herramientas que podrían actualizarse automáticamente y ahorrarnos la molestia de comprar libros nuevos cada año.
Pero seamos serios, nada prepara mejor a nuestros niños para el futuro que mantenerlos atados a las prácticas educativas del pasado. ¡A la porra con la flexibilidad digital! Porque, en el fondo, no queremos que se adapten a un mundo cambiante; queremos que sigan nuestras huellas, que aprendan como aprendimos nosotros, incluso si eso significa estar perpetuamente desfasados.
¡Y cómo podríamos olvidar a nuestros queridos árboles! Esos nobles seres que, con tanta generosidad, se sacrifican en masa cada año para que nuestros pequeños puedan disfrutar del aroma de las páginas recién impresas. ¡Qué sería de la educación sin ese constante talar de bosques que alimenta la voraz demanda de libros de texto que, en cuanto se imprime la última página, ya están condenados a la obsolescencia! Porque, claro, nada enseña mejor a los niños el valor del medio ambiente que participar, año tras año, en la gloriosa deforestación educativa. ¡Viva el papel, y que caigan los árboles en nombre del conocimiento!
Y ahora os cuento un secreto a los profesores… Si os animáis a instalar Android Studio, os sorprenderéis de lo sencillo que es diseñar aplicaciones simples para tablets o móviles, capaces de resolver casi cualquier problema que se os ocurra. Un poquito de Kotlin y Jetpack, y en una hora los chicos podrían tener en sus manos aplicaciones divertidas, diseñadas para enseñar prácticamente cualquier materia. Pero, ¿por qué no dar un paso más allá y enseñarles directamente a usar esta herramienta, que es relativamente simple? Ya sabéis, lo que antes se llamaba «enseñar a pescar en lugar de darles el pescado». Quizás el problema radica en que creéis que ellos no serían capaces de aprenderlo, o tal vez pensáis que vosotros no podríais enseñarlo… Supongo que hay un poco de verdad en ambos lados. Mientras tanto, yo me estoy divirtiendo subiendo aplicaciones a la Store, cada una resolviendo un problema diferente. ¿Y si empezamos a creer en la capacidad de los chicos (y en la nuestra) para crear en lugar de solo consumir?
Así que, por favor, abracemos una vez más ese ritual de septiembre. Desempolvemos nuestras carteras, y llenemos las mochilas de nuestros hijos con los últimos y más pesados volúmenes que el mercado pueda ofrecer. Porque si algo hemos aprendido es que lo nuevo siempre es mejor… especialmente cuando es exactamente lo mismo que el año pasado, pero con una portada diferente. ¡Viva la tradición y el papel! ¡Y que viva la educación del siglo XXI!