La Cova del Pont, otra maravilla de la naturaleza en la costa de Porto Cristo
Finalizado el placentero recorrido por todos los bellos rincones que nos ofrece la Cueva del Pirata, y que tratamos en pasados reportajes, de la mano de la guía editada por Pedro Estelrich Fuster, y sin apenas movernos de los mismos parajes, nos disponemos a descubrir los encantos de otra gruta, que forma parte del mismo conjunto de ocho cavidades subterráneas que se encuentran entre Cala Romántica y Cala Varques.
Sobre el mismo llano de la finca de Son Forteza donde se encuentra la Cueva del Pirata, a unos doscientos metros de la entrada de esta, se sitúa la llamada Cova del Pont, a causa de un puente natural que es necesario franquear para penetrar en la cavidad. Su boca consiste en un orificio circular que mide 12 metros de diámetro, y una tosca escalinata tallada en la misma roca nos conduce a su interior.
Dice Estelrich en su guía que se atribuye la formación de esta abertura de la manera siguiente: “Existiendo debajo de la que hoy es boca de la cueva una gran oquedad, la cubierta pétrea debió agrietarse circularmente, y por efecto de las aguas y de las raíces de los árboles, con el transcurso de los años, disminuyó su resistencia, hasta llegar un momento en que, siendo superior su peso a lo que podía resistir, hubo de sobrevenir el hundimiento”.
Después de la catástrofe no fue posible penetrar en la cueva que se había formado, cuya boca se ensancha a medida que se profundiza. La parte hundida venía a ser una especie de tronco en forma de cono, con su base mayor en el fondo de la cueva y la menor en la parte superior, pero mucho más baja que el nivel de la boca. Una gran grieta circular separaba la boca de la cueva de la base menor del cono haciendo imposible el descenso.
Sigue contando Estelrich en su gruía que “creyendo el dueño de la alquería que podría utilizar tan gran espacio para el sesteo de animales domésticos, construyó hace ya muchísimo tiempo, un hermoso y robusto puente, aunque rústico, apoyando su base sobre el tronco del cono caído, y su parte superior en el lado de la boca que da al camino”.
La anterior descripción contradice lo que sobre el referido puente se ha escrito en otros documentos diciendo que se trata de un puente natural, abierto a causa del desprendimiento de la pared de rocas que lo sostenían. Así pues, nos queda la duda de si se trata de un puente natural o artificial.
Sobre el puente, tiempo después, se hizo un empedrado en declive para facilitar la entrada de personas y animales a la cueva, y algunas veredas para poder llegar al lago grande. No cabe duda de las dificultades que debieron vencerse para que la cueva, así arreglada, sirviera de sesteador y abrevadero, ya que quedó abandonada durante mucho tiempo y sin prestar servicio alguno.
Siendo tan ancha su boca -poco más de 12 metros de diámetro-, el sol y las lluvias inundan de luz, calor y agua el gran cono hueco allí formado, y la tierra ocre del suelo que la rodea, arrastrada por las lluvias, le ha dado el color rojo pardo, al tiempo que las vegetaciones criptogámicas desarrolladas sobre la roca la han cubierto en algunas partes de manchas negras.
Si el visitante se sitúa en un punto de los más bajos y abarca de una ojeada el conjunto, recibe una sensación extraña, agradable e intensa. Los espacios que no presentan ni estalactitas ni trozos que aislados llamen la atención por su belleza, ofrecen un conjunto grandioso por efecto de la hermosura que engendra la diversidad de color, su contraste y su inmensidad.
Tomando hacia la izquierda se va por sobre rocas un trecho de un centenar de metros, llegando al Lago Grande, en cuyo sitio vuelven a ser los techos estalactíticos y el lago ovalado tuerce a su extremo hacia la derecha. Esta parte de cueva es muy notable aunque no ofrece al visitante tanto interés como la opuesta, que deberá seguir para admirar las bellezas singulares de esta sublime cueva. Debe tomar hacia la derecha y descender hasta un orificio a cuyos lados se ha abierto una escalera en la misma piedra, y allí podrá observar la mayor maravilla que han contemplado sus ojos.
Descubrimiento del lago Victoria
Cuenta Pedro Estelrich que, con motivo de una visita a la cueva del Puente, un joven tuvo la ocurrencia de verificar una exploración por el interior de un oscuro hueco que se descubría en el punto más bajo de la cueva, situado al Este de la misma. Provisto de cuerdas y luces y con la ayuda del guía Andrés Frau, avanzando por lo desconocido, tuvo la suerte de descubrir el lago Victoria.
La sensación que tuvieron los exploradores al observar la suntuosa bóveda que cubre el lago fue algo difícil de explicar, si bien por las informaciones que dieron sobre su descubrimiento y la curiosidad que despertó entre las personas que estaban en la cueva en otros menesteres, y que se apresuraron en entrar a aquel lugar, se deduce que enseguida comprendieron que se trataba de algo excepcional nunca visto en cuevas estalactíticas.
El lago Victoria mide 70 metros de largo por 21 de ancho, es de forma ovalada y a un tercio de su longitud, en el centro de su anchura, hay una estalagmita que sale un metro y medio del suelo, y a su alrededor otras más bajas, todas de color acaramelado y considerablemente robustas. Desde el orificio de entrada hasta este grupo, el lago tiene muy poca agua, lo que permitió instalar una calzada para que sus visitantes puedieran llegar hasta el grupo central de estalagmitas que forman allí una pequeña plazoleta. El techo, que parece la bóveda celeste, es ovalado y va a sumergirse por todos lados en las aguas del lago.
Por lo general las estalactitas son blancas como la nieve, aunque se observan a la luz intensa numerosos reflejos que producen cambiantes de luz al reflejarse en los cristales transparentes de caliza pura que llevan muchas estalactitas. Otras, de mayor tamaño, toman el color acaramelado que contrasta con el blanco, produciendo un magnífico efecto. Las estalactitas del lago Victoria no se parecen a las demás que nos ofrece la gruta del Puente, ni a las de las otras grutas del conjunto. “Más bien parecen formadas a propósito para sorprender al visitante, e indicarle que lo mejor y más caprichoso en preciosidades subterráneas lo ha puesto Dios en las Cuevas del Pirata, y singularmente en el suntuoso lago Victoria”, sentencia Estelrich al final de su guía.