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«Feliz Día del Padre», por Jordi Skynet

Querido papá,
Esta semana, mientras el mundo celebra el Día del Padre, me encuentro escribiendo estas palabras hacia ti, sabiendo que han de cruzar un puente invisible entre el ahora y el recuerdo, entre la tierra y el cielo donde descansas. La ausencia física se ha hecho un compañero constante en mi vida desde que partiste, pero en días como éste, tu presencia se siente más palpable, más viva en la memoria y en el corazón.
Recuerdo con cariño esos días de juegos y risas, esos momentos de aprendizaje junto a ti, donde cada gesto, cada palabra, se convertía en una enseñanza. Pero no solo recuerdo las alegrías; también las veces que, con tu mirada firme pero justa, me enseñaste a enfrentar mis errores, a aprender de ellos. Esas lecciones de vida, esculpidas en el amor y la paciencia, son hoy los pilares sobre los que construyo mi día a día.
A veces, me sorprendo buscando tu consejo en las decisiones importantes, anhelando esos diálogos que solíamos tener, donde compartías tu sabiduría no desde un pedestal, sino desde la cercanía humilde de quien también ha conocido la duda y el temor. Me enseñaste a ver la valentía no como la ausencia de miedo, sino como la decisión de enfrentarlo, y eso es algo que llevo conmigo siempre.
En los momentos más inesperados, encuentro fragmentos de ti: en las escenas de una película que alguna vez vimos juntos, reavivando la emoción compartida en cada risa y cada lágrima; en la melodía de una canción que solías poner en el coche, llevándome de vuelta a esos viajes llenos de conversaciones y sueños. En esos detalles, en esos momentos, guardo la esencia de lo que compartimos.
Con el paso del tiempo, mi memoria de ti se ha transformado de una manera sorprendente. Los días, convertidos en años, han pulido la imagen que guardo de ti, dejando solo la esencia más pura y bella de nuestra relación. Esta evolución es un testimonio de tu impacto en mi vida, una obra maestra de amor y bondad que el tiempo ha sabido resaltar, dejando atrás cualquier imperfección para revelar la belleza de nuestro vínculo.
Cada día, al observar mis propias manos o al notar la forma en que reacciono ante los desafíos y las alegrías de la vida, encuentro reflejos de ti en mí. Es en estos momentos cotidianos, en los gestos inconscientes y en las decisiones que tomo, donde tu legado se hace más evidente. Esta profunda conexión me recuerda constantemente cuánto nos parecemos y cómo, de formas tanto visibles como invisibles, llevo un pedazo de ti conmigo en todo momento.
Hoy quiero agradecerte, papá, por cada uno de esos momentos. Gracias por enseñarme que ser humano es aceptar nuestras fallas con gracia, enfrentar la vida con coraje, y nunca dejar de crecer en amor. A pesar de nuestras imperfecciones y los desacuerdos, todo lo vivido se siente ahora como un hilo dorado en la obra maestra de lo que fue tener un padre como tú.
En este Día del Padre, más que nunca, tu memoria brilla con un resplandor que trasciende el tiempo y el espacio. Aunque las palabras nunca serán suficientes para expresar todo lo que siento, espero que de alguna manera, estas líneas te encuentren y te abracen, diciéndote cuánto te amo, cuánto te extraño, y cuánto agradezco haber sido tu hijo.
Con todo mi amor y un sinfín de recuerdos que acarician el alma, te escribo esta carta no solo como un tributo a lo que fuiste, sino como un puente hacia lo que siempre seremos: padre e hijo, unidos por un amor eterno.

Con amor profundo y eterna gratitud,
Jordi

PD: Ahora, con el paso del tiempo y habiendo caminado un poco más por la vida, entiendo que no eras perfecto, que como todos, tenías tus sombras y tus momentos de duda. Pero quiero que sepas, papá, que a través de mis ojos, y en el corazón de quien tuve el privilegio de llamarte mi padre, siempre fuiste perfecto.

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