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«Un jodido frasco de colonia y un puto par de calcetines», por Jordi Skynet

Recuerdo que a mi abuelo, cada Navidad, le regalaban un par de calcetines gruesos, de esos que parecen diseñados para sobrevivir en Siberia. Siempre le miraba y le decía: “Vaya putada que te hacen en Navidad.” Yo me reía, claro, pensando que eso nunca me pasaría a mi. Pero, bueno, cumplí cincuenta este último agosto, y ya el año pasado recibí mi primer par de calcetines. Sí, de esos mismos, gordos, como los de mi abuelo. Junto a un bote de colonia. Ahí fue cuando entendí que la cosa se estaba poniendo fea.
De repente, te das cuenta de que la Navidad no es lo que parece. No es una festividad mágica, es un reality show, y todos somos concursantes sin darnos cuenta. Las luces, los árboles, los villancicos…, todo está diseñado para hacernos creer que somos parte de una película mágica, cuando en realidad somos extras en un anuncio del Mercadona, Eroski, Lidl…
Pero vamos a adentrarnos en el corazón mismo de estas fiestas…. las cenas familiares. Esa tradición de juntar a toda la familia como si fuera una reunión de diplomáticos en guerra fría. El menú siempre lo decide la tía de turno, que lleva veinte años haciendo el mismo consomé, pero este año “tiene un toque especial”. Spoiler: no lo tiene. Y, mientras tanto, el primo que llega tarde con el mismo cuento de siempre: «Es que había tráfico». Claro, tráfico, a las diez de la noche un 24 de diciembre. Seguro que te pilló un atasco de renos en la rotonda, crack. ¿O acaso Rudolf decidió aparcar en doble fila?
Luego están los regalos. Esa maravillosa oportunidad para regalar cosas inútiles que nadie necesita. Una colonia, Jordi, una colonia. Como si con esa botella mágicamente no fueras a oler igual que siempre. O mejor, los famosos vales regalo. Que no se diga que no te esforzaste, ¿eh? Pero no te preocupes, el destinatario tampoco lo usará.
Y las redes sociales, ¡ay, el epicentro de la Navidad moderna! Gente publicando fotos de sus mesas llenas de comida como si fueran chefs con estrella Michelin. “Aquí con la familia, qué momentos tan especiales”. Claro, especiales porque el perro está intentando comerse el pavo y tu madre ya ha gritado tres veces que apaguéis la tele.
¿Y qué me decís de los que detestan la Navidad? Pobres almas, porque no pueden escapar del bombardeo. Si no amas estas fiestas eres un bicho raro, un Grinch que no entiende la “magia de la Navidad”. Claro, ¿cómo no emocionarte con el Black Friday extendido hasta Reyes y el villancico que lleva sonando en bucle desde noviembre?
Y, por supuesto, la gran resaca navideña: el 7 de enero. Ese glorioso momento en el que bajas las cajas de los adornos al trastero y te preguntas: “¿De verdad valió la pena todo este circo?” Las tarjetas están al rojo vivo, el turrón se te ha incrustado en las caderas, y las fotos familiares, donde finges estar feliz, están a punto de quedar olvidadas en el limbo de Instagram.
La Navidad, amigos: ese gran espejismo donde nos convencemos de que somos felices… al menos hasta que llegan las rebajas de enero.
Para ser sincero, a mí me gustaba la Navidad. Yo era un pro de estas fiestas, uno de esos que decoraba el árbol con más ilusión que un influencer en Black Friday. Disfrutaba cada detalle: las luces, los villancicos, las risas en familia… Todo parecía perfecto, hasta que las cosas cambiaron. Con el tiempo, algunas de las personas que hacían que estas fechas tuvieran sentido se fueron, y con ellas, también se fue una parte de esa magia. Sin ellas, la Navidad empezó a sentirse menos como una fiesta y más como un trámite con banda sonora de villancicos.
Ahora solo me queda verla a través de los ojos de los más pequeños, con esa inocencia pura que aún no entiende de ausencias ni de nostalgias. Quizás la verdadera Navidad no está en los regalos, ni en las cenas, ni en el decorado perfecto. Está en esa chispa de felicidad que ellos aún encuentran en estas fiestas. Y, mientras ellos la tengan, quizás podamos permitirnos creer, aunque sea por un rato, que la Navidad sigue viva.

PD: Para cuando estéis leyendo estas líneas… muchos de vosotros ya habréis sido agraciados con el jodido frasco de colonia o con el puto par de calcetines…, los más afortunados con ambos. Felices fiestas.

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