
Ses Coves des Pirata, un auténtico tesoro (3ª parte)
Conocida la historia o leyenda que les da nombre, es el momento de efectuar un detallado recorrido por el interior de la Cueva del Pirata. Un recorrido de ensueño que realizaremos de la mano del catedrático Pedro Estelrich Fuster, a través de su “Guía y descripción de sus principales maravillas”, como reza el subtítulo de su publicación, en su segunda edición que vio la luz el año 1905.
Después de hacer una detallada explicación de su ubicación “en medio de las selvas de Son Forteza”, nuestro guía nos adentra en el interior de la gruta, descendiendo por un plano inclinado muy suave y bien conservado hasta un vestíbulo de donde parten, de un lado, el camino que conduce al interior y de otro, el de salida, una vez terminada la visita; de modo que dos personas o dos grupos de visitantes pueden penetrar al mismo tiempo por dos puntos distintos y se volverían a reunir en el interior de la cueva. “La entrada y salida están al abrigo del sol y de la lluvia comunicando con una sala natural, el vestíbulo, que puede decirse hecha expresamente para descanso de los viajeros. Se han construido para mayor comodidad en ella dos bancos de mampostería, uno enfrente de otro, que pueden servir para comodidad de los visitantes y para los desayunos y almuerzos”.
Tal como nos cuenta el recorrido
De la entrada a la cueva, se desciende por unos escalones tallados en la roca hasta llegar al fondo de una sala que ha recibido el nombre de sala de los Franceses en recuerdo de la visita efectuada por un numeroso grupo de excursionistas formado por distinguidas personas del Mediodía de Francia a finales del siglo XIX, y que fueron los primeros en visitarla.
Al llegar a esta sala, lo primero que se observa es un numeroso grupo de estalagmitas; después se observa un gran ribazo a la derecha de varias columnas agrupadas, cuyo agregado es de mucho efecto; luego se ve la sala en conjunto, cuya bóveda es mitad lisa y blanca y la otra mitad tapizada de pequeñas y finas estalactitas que contrastan con la porción primera. Es esta sala de techo muy elevado y muy vistoso, terminando con un hermoso tabique de estalactitas.
Desde el referido tabique, mirando hacia abajo se percibe otro departamento en cuyo fondo hay unos almohadones regios que forman escalinata hasta terminar en el techo por un grupo estalactítico de primer orden.
Las columnas de Hércules y el Cenador de las Ninfas
Dando la vuelta se pasa por entre las columnas de Hércules hasta llegar a una plazoleta, a cuya izquierda se ve el Cenador de las Ninfas cubierto de riquísimo techo estriado sobre el que se derrama abundante cascada sin murmullos ni queja. Este pequeño cenador de forma cilíndrica tiene un muy bello portal de entrada y su fondo de cantos rodados oculta espacios por donde es posible observar el sitio por el cual se escapan al menor ruido sus bellas aves moradoras.
Volviendo a las columnas de Hércules, llaman la atención, además de estas, otras muy separadas tan delgadas en su parte media, comparadas con sus extremos, que agradan mucho al visitante.
Después de algunos pasos se llega al saloncito del Doselete, de elegante belleza, y que debe su nombre a un caprichoso dosel estalactítico muy hermoso. En esta parte de la cueva la vista deberá fijarse a la derecha, que es la parte más hermosa. A poca distancia se contempla un muro estalactítico de gran belleza.
De espaldas al doselete y mirando hacia arriba se descubre el tiburón, magnífico monstruo que, ojo abierto, vela para que se cumplan las órdenes de los dioses que presiden la formación y orden de la gruta, deseando llegue el momento de volver a las aguas que reposan no muy lejos.
Subiendo otra escalera artificial hecha en la roca, se ven dos suntuosas estancias con techo y columnatas de gran riqueza. La primera es la sala de las columnas estriadas, y la segunda, que tiene un laboratorio a su derecha, es la sala del Brujo. Ambas están separadas por un hermoso grupo de columnas.


Rotonda de los monumentos y paisaje del abismo
Siguiendo la ruta se llega a la Rotonda de los monumentos, circular, ancha, de techo elevado, bien decorado con pequeñas estalactitas colgantes a trechos, y su piso con profusión de robustas y poco elevadas estalagmitas que dan a la Rotonda la apariencia monumental que le ha dado nombre.
A continuación se llega al Pasaje del abismo, por existir una gran grieta de profundidad desconocida y que debe tener en cuenta el viajero para ir con cuidado y no caerse en ella. Terminado este hermoso pasaje se desciende por una escalera de piedra, contemplándose a la izquierda huecos algo oscuros llamados El Purgatorio, a causa de su tenebrosidad.
Y siguiendo adelante se llega enseguida al salón de la Cúpula, de forma circular y elevadísimo como la cúpula de una catedral, y con dos monumentales cuerpos estalactíticos, llamados los gigantes. A su terminación hay que traspasar el Paso del Bruch, entre dos estalagmitas, para situarse en el salón de las Columnas rotas, que lleva un pronunciado declive hasta el lago pequeño. Se llama así este salón porque alberga unas cuantas robustas columnas, todas en línea, rotas por efecto de un cataclismo que produjo la depresión del suelo de la cueva. No teniendo las columnas la resistencia suficiente para sostener el suelo que bajaba, se rompieron por la parte más débil, o sea, hacia la mitad, y se observan separadas la parte inferior de la superior unos veinticinco centímetros.


La Miranda y el lago y el salón de las Ondinas
Se sale de este salón por el portal llamado de la miranda, formado por una columna rota y por un capricho cilíndrico muy bello y de mucho grosor. Desde la miranda se descubre el lago de las Ondinas y un techo afiligranado blanquísimo a trechos y algo acaramelado en otros, pero tan perfecto e intacto que se puede asegurar que no ha llegado allí la mano del hombre. Este techo parece formado por copos de blanquísimo algodón, hilado por diosas y distribuido con rara perfección por manos delicadas para admiración y pasmo de los mortales. Asomándose por la miranda e inclinándose a la izquierda se ve la cabeza del Dragón que asoma sobre el lago a dos metros de altura como su centinela perpetuo.
Bajando hacia la derecha por un caminito se llega hasta el lago de las Ondinas, que es profundo y va a perderse a la izquierda por debajo de montones de estalagmitas. En el salón de las Ondinas, de espaldas al lago y a pocos pasos del mismo, entre un grupo de cortinajes transparentes, por entre dos estalagmitas, una alta y otra baja, se halla el retiro del pirata, o sea, el sitio donde estaba escondido de día el valeroso morador que dio nombre a las cuevas.
La estatua de Colón, de unos dos metros, se levanta sobre un pedestal un poco elevado que tiene por fondo el ciprés de las Euménides y la columna Palmera acanastillada o trifurcada, que es la más hermosa y más esbelta de la cueva. Atravesando un pequeño pasaje se llega al salón de las escabrosidades o de las ruinas, que presenta enormes profundidades.


Del gran salón de las Sílfides al retiro de Cervantes, pasando por la cueva de Belén y el pasadizo del Dante
Pasando por una escalerilla se baja al lado de las Sílfides, a cuya orilla se encuentra el paseo del lago. La estancia, grandísima y muy elevada, recibe el nombre de gran salón de las Sílfides, el mayor y más elevado de la gruta. Su techo es muy afiligranado y tan blanco y hermoso como el salón de las Ondinas. Termina este salón con un grupo accidentado de columnas que llamamos Montserrat.
Subiendo otra vez se llega hasta el Mirador desde el cual se ve de cerca la bóveda del salón de las Sílfides, apreciándose mejor su hermosura. Los lados del Mirador son extremadamente hermosos y contribuyen a formar el salón de Ramón Llull, tan lleno de preciosidades que resulta el más hermoso de todos. En él se encuentra la gran columna, que es la mayor de la cueva, y la de las canastillas. También se descubre la Virgen del Puig con el niño.
Se sube después por el ciprés de la Euménides y la columna Palmera trifurcada a la que sigue la gran columna rota, cuya parte inferior está separada un metro de su primitiva posición. Siguiendo la subida se descubre, a la izquierda, la cueva de Belén, tan natural y perfecta que parece un altorrelieve labrado por mano de hombre. Todo este paraje es rico en detalles, y a la izquierda existen las escabrosidades del Infierno, muy variadas, y desde allí se sube a la sala del Órgano. Se trata de una sala circular, con techo de tres o cuatro metros de altura cubierto de pequeñas estalactitas todas iguales, muchas de ellas rotas por sus extremos, pero sin destruir la hermosura que le proporciona su uniformidad y su abundancia. Este techo parece fabricado artificialmente y sus paredes llenas de columnas de regular tamaño están muy bien decoradas, presentando una parte saliente que semeja el órgano de una iglesia.
En el fondo de dicha estancia existe un portal que da a un pasadizo de cinco o seis metros de largo y uno de ancho, con techo bajo de poco más de dos metros, lleno, como sus paredes, de formaciones estalactíticas muy severas y abundantes. Es llamado el pasadizo del Dante, pues, no viendo su fin, conduce a lo desconocido. En el fondo del pasadizo hay una columna, y detrás de ella, un espacio que ha recibido el nombre de Retiro de Cervantes, muy bello y bien decorado.
La sala del órgano tiene una apertura baja en forma de portal que da al vestíbulo, y una vez que se ha atravesado, ha terminado la visita a la Cueva del Pirata.
Así, tal cual, con tanta precisión de detalles y ensalzando su belleza, describe Pedro Estelrich Fuster en su guía, la mítica Cueva del Pirata que el autor considera que “en Mallorca ni fuera de la isla, hay un grupo tan interesante ni tan bello, ni tan variado de formaciones estalactíticas”.
Sin movernos de los mismos parajes y a través de la misma guía, en un próximo reportaje, nos adentraremos y visitaremos la Cueva del Puente.

