
USS Midway: Reflexiones desde el aire sobre la pertenencia y el compromiso


Hace unos días tuve la oportunidad de visitar San Diego, una ciudad que, con su mezcla de historia, modernidad y alma marítima, me ha dejado profundamente marcado. Entre las experiencias que más me impactaron estuvo la visita al portaaviones USS Midway, un gigante de acero que, más que un barco, es un mundo en sí mismo. Pasé horas recorriendo sus pasillos interminables, descendiendo a sus cubiertas inferiores y explorando los departamentos que, en otro tiempo, fueron el hogar de cientos de hombres.
De vuelta a casa, en el vuelo, mis pensamientos volvieron a ese barco y al microcosmos que representa. Recordé la sensación de aislamiento al recorrer sus galerías cerradas, sin ventanas al exterior, como si el mundo más allá del casco no existiera. Cada sala contaba una historia: la enfermería, la sala de máquinas, las literas apiladas, los departamentos de oficiales y tropa, e incluso la fábrica de piezas que aseguraba la autonomía del barco en medio del océano. Todo en el USS Midway estaba diseñado para garantizar la supervivencia, y cada tripulante era una pieza fundamental en ese engranaje complejo.
Lo que más me impresionó fue cómo un entorno tan reducido y regido por reglas estrictas podía forjar lazos tan profundos entre las personas. No había espacio para excusas ni para la improvisación. Todos compartían una responsabilidad común: mantener el barco a flote. Si algo fallaba, el impacto no era individual, sino colectivo. De ahí la fuerza de la frase «estamos en el mismo barco». En ese contexto, lejos de ser una metáfora, se convertía en una realidad absoluta.
Mientras el avión cruzaba el océano, no pude evitar comparar esa experiencia con nuestra vida actual. Hoy, vivimos en un mundo lleno de comodidades, pero vacío de compromisos reales. La sensación de pertenecer a algo más grande parece haberse diluido entre las prioridades individuales y la desconexión social. Reflexioné sobre cómo el Midway, con su estructura jerárquica clara y su sentido de propósito compartido, lograba lo que muchas veces falta en nuestra sociedad: unión, responsabilidad y compromiso.
De regreso al día a día, me di cuenta de cómo esta realidad se refleja, aunque en contextos muy distintos, en las dinámicas de otros grupos. Como entrenador de fútbol base, a menudo me enfrento a esta realidad desde otro ángulo. Intentar formar un equipo sólido con niños de 7 u 8 años es un reto constante, pero no solo por las dinámicas propias de su edad. A esa complejidad se suma un factor externo: las expectativas desmedidas de los padres, las interferencias bienintencionadas pero erráticas y una sociedad que parece valorar únicamente los resultados inmediatos, dejando en segundo plano el proceso de aprendizaje y la construcción del equipo.
Esas intromisiones, por pequeñas que parezcan, muchas veces debilitan la posibilidad de crear un grupo cohesionado. En esas situaciones, pienso en el USS Midway y en cómo era posible, bajo una estructura clara, convertir a un grupo de individuos diversos en un colectivo funcional y eficaz. No puedo evitar preguntarme si esa claridad de propósito y ese compromiso con el bien común no son exactamente lo que falta en muchos aspectos de nuestra vida actual.
La experiencia del Midway me recordó algo fundamental: cuando las personas se sienten parte de algo más grande, cuando saben que su esfuerzo es importante, la cooperación y el compromiso no solo se hacen posibles, sino naturales. En ese barco, cada hombre sabía que su papel, por pequeño que fuera, podía marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre la vida y la muerte. Esa convicción forjaba no solo disciplina, sino también un sentido de pertenencia profundo, casi familiar, que sostenía la moral en los momentos más duros.
Tal vez, lo que más me impactó de esta reflexión fue darme cuenta de cuánto hemos perdido esa capacidad de entregarnos a algo mayor que nosotros mismos. La comodidad de la vida moderna, la individualidad exaltada y la falta de objetivos comunes nos han desconectado de lo esencial: la necesidad de pertenencia, de comunidad y de propósito. Recuperar ese espíritu no significa renunciar a la libertad personal, sino redescubrir el valor de lo colectivo, de saber que lo que hacemos tiene un impacto más allá de nosotros.
Quizás sea hora de mirar hacia sistemas como el del Midway, no para replicarlos, sino para inspirarnos. Tal vez, en esa estructura, en esa ausencia de excusas y en esa claridad de roles, podamos encontrar respuestas para reconstruir un sentido de comunidad en un mundo que parece haberlo olvidado. Porque, al final, como en el Midway, seguimos estando todos en el mismo barco, aunque lo hayamos dejado de sentir.








