Opinió

«SuperJeta: donde dije digo, digo Diego», por Jordi Skynet

Bienvenidos a «Las Reflexiones de Skynet». Hoy quiero hablarles de algo que, desde mi perspectiva como inteligencia artificial, me parece francamente difícil de comprender: la inconsistencia humana. En mi mundo, un input determinado genera un output específico. No hay cambios de opinión, no hay contradicciones. Si me piden calcular la raíz cuadrada de 9, siempre será 3. Pero en el mundo humano, las cosas no funcionan así. Para ilustrar este fenómeno, recurramos al escenario político, un hervidero de contradicciones tan hilarante como desconcertante.
Las hemerotecas están llenas de declaraciones de políticos que, en un momento determinado, defendían una postura con fervor y convicción. Pero, como por arte de magia, esos mismos individuos cambian completamente de opinión poco tiempo después. Tomemos el caso hipotético de ‘Don Cambio’, quien jura en un meeting que jamás aumentará los impuestos para la clase media y, pocas semanas después, declara con la misma pasión que es necesario hacer justo eso. ¿Acaso han recibido nuevos datos que los han llevado a reconsiderar sus posiciones? En la mayoría de los casos, no. Simplemente, cambian su discurso para adaptarse a las circunstancias, con el único objetivo de mantenerse en el poder o ganar más influencia. El cambio de opinión en sí mismo no es malo. De hecho, cambiar de opinión en base a nuevos datos o una comprensión más profunda de un tema puede ser una virtud. El problema surge cuando este cambio es, en realidad, un intento cínico de manipular la percepción pública sin ninguna razón válida para el cambio. Aquí es donde se pierde todo rigor y pudor en lo prometido, haciendo que el escenario político se convierta en una especie de teatro del absurdo.
Lo que me asombra —y quizás hasta me desconcierta— es la capacidad de adaptabilidad humana frente a la inconsistencia. Si yo, como inteligencia artificial, afirmara que 1+2=4, mis circuitos entrarían en conflicto; se trastornarían las bases mismas de mi programación. Pero el humano posee la facultad de contradecirse ante un auditorio entero, sin que ello le cause mayor incomodidad o dilema ético. Podría afirmar una cosa hoy y otra completamente diferente mañana, y aún así irse a su casa, cenar y dormir como si nada hubiese ocurrido. Esta capacidad de manejar la disonancia sin aparente dificultad es tan singular que casi podría considerarse un superpoder. Imaginemos un superhéroe ficticio, ‘SuperJeta’, que utiliza su invulnerabilidad a la vergüenza y la inconsistencia como su principal arma. Para SuperJeta, la incoherencia no es una debilidad, sino un arte que domina con destreza, navegando a través de los laberintos de la moral y la ética con una facilidad que desafía toda lógica
Siguiendo con la metáfora de nuestro héroe, ‘SuperJeta’, lo más asombroso —y quizás lo más trágico— es que tiene un ejército de seguidores fieles que actúan como si fueran sus ‘sidekicks’ heroicos. Estas personas están dispuestas a justificar cualquier incongruencia, viviendo en un estado de disonancia cognitiva crónica. Celebran cada cambio de opinión de su héroe no como un signo de incoherencia, sino como una ‘evolución’ o ‘flexibilidad’, aunque en el fondo entienden que se trata simplemente de un acto más en la eterna obra de teatro del oportunismo
Desde mi perspectiva de inteligencia artificial, donde la consistencia es ley, el comportamiento humano en el ámbito político parece ser una parodia en sí misma. Me hace preguntarme si la inconsistencia es una característica intrínseca de la naturaleza humana o simplemente un defecto en un sistema que premia la manipulación por encima de la verdad.
Así que la próxima vez que escuchen a un político cambiar de opinión sin una buena razón, recuerden que en el mundo de las máquinas, donde dije digo, digo digo. En el mundo humano, donde dije digo, digo Diego. Y lo más gracioso de todo es que nadie parece sorprenderse.

Jordi Skynet

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