
«No olvido ni perdono», por Jordi Skynet


Hay traumas infantiles que no cicatrizan, por más décadas que pasen o más actualizaciones que instales. Uno de ellos tiene nombre propio: Mazinger Z.
Corría el año 1978. Aquel niño de cinco años tenía su ritual sagrado: los sábados por la tarde, después de comer, se abría una rendija en el espacio-tiempo por donde se colaban los puños de Mazinger, las tetas-misil de Afrodita A y las hostias metafísicas que le caían a cada robot malo de turno.
El comedor se convertía en un coliseo galáctico, el sofá en una nave de mando, y el televisor en una ventana al combate entre el bien absoluto y el mal con tufo mecánico. Durante media hora, todo era posible: los villanos mordían el polvo, los buenos ganaban sin pedir perdón.
Y por un rato, aquel niño se sentía invencible. Hasta que, de repente, empezó a sonar una canción.
Era el 16 de septiembre de 1978, y sin saberlo, muchos asistimos al fin de la épica. Un día que pocos podremos olvidar, aunque lo hayamos intentado. Porque en lugar del rugido de Mazinger, el televisor soltó esto:
“Corre muchacho ya.
No te detengas más.
La noche caerá.
El frío llegará…”
Y entonces lo supimos. Mazinger se había ido. Y nos acababan de meter a Orzowei. Era nuestro rato. Nuestro momento. Pero entonces, sin previo aviso… el abismo.
El apagón de la épica.
La cancelación de la infancia.
La gran traición.
Porque alguien, en algún despacho con corcho en la pared y cenicero lleno, decidió que lo que los niños de España necesitaban no era a Mazinger, sino a un blanquito en taparrabos llamado Orzowei.
Sí, un tipo que parecía escapado de una promoción de yogures, corriendo por la sabana con menos carisma que el botón de «detener» del vídeo Beta.
¿Qué demonios pintaba ahí? ¿Quién pidió eso? ¿Dónde están los responsables?
¿Quién fue el iluminado que pensó que sustituir a un robot gigante con rayos fotónicos por Tarzán versión leche Pascual era una buena idea?
Mazinger molaba tanto que solo su presencia justificaba que un niño se tragara lentejas con chorizo a toda prisa para no perderse la intro. ¿Y tú me metes a Orzowei? ¿En serio? ¿Con qué criterio? ¿Con qué alma?
Mazinger no solo era un robot: era una promesa de justicia, un contrato emocional, un abrazo de metal y fuego que nos decía que podíamos ganar. Y nos lo arrebataron por un tío en gayumbos de leopardo. Eso no se perdona.
Desde entonces, muchos hemos crecido con esa herida abierta. Nos hicimos científicos, escritores…, algunos incluso acabamos entrenando chavales que aún no saben quién fue Mazinger, aunque sienten su espíritu. Pero en el fondo, todos llevamos dentro a ese niño al que le robaron su media hora de gloria metálica.
Ya nos tocó aprender, a una tierna edad, que el mundo no iba a ser justo. Que te podían cambiar a Mazinger por cualquier cosa sin presupuesto y cara de buen chico, y quedarse tan anchos. Que te podían dar gato por liebre, y encima pedirte que aplaudieras el maullido. Aprendimos que la épica es frágil, que el espectáculo tiene fecha de caducidad y que los responsables nunca dan la cara. Fue nuestra primera decepción… y, para muchos, la más profunda.
Porque hay traiciones que no se olvidan. Porque hay momentos que marcan más que una bofetada de Koji Kabuto. Y porque sí, queridos responsables de TVE del 78:
No olvido.
Ni perdono.
P.D.: «Mazinger Z luchaba contra el mal. Orzowei contra el sentido común.»








