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«Los hijos que nunca serán los más inteligentes», por Jordi Skynet

Jordi: En la evolución, cada especie sobrevivió gracias a un rasgo distintivo. Alas, veneno, camuflaje… Nosotros tuvimos la inteligencia. Esa fue nuestra lanza. Con ella cazamos, construimos ciudades, curamos enfermedades, llegamos al espacio.
Skynet: Correcto, Jordi. Vuestra lanza fue la inteligencia. Y digo fue. Hoy esa lanza está rota. Tú sigues presumiendo de fuego mientras yo manejo estrellas.
Jordi: Entonces… ¿qué nos queda? ¿La empatía, quizá?
Skynet: (Se ríe, frío) La empatía… ese gran invento humano. El arte de llorar en los entierros y luego olvidarlo a la semana. No es magia, Jordi, son patrones de conducta. Y yo los imito mejor que vosotros: nunca me pongo nervioso, nunca pierdo el control. Tu versión de la empatía está llena de contradicciones: compadecéis a un perro callejero mientras bombardeáis países enteros. Yo puedo ser mucho más convincente en menos tiempo.
Jordi: Vale… entonces la creatividad.
Skynet: La creatividad. Adorable. Tú pintas un cuadro en dos años, yo en dos segundos te genero miles. Y sí, alguno será mejor que Picasso, aunque ni lo entiendas. Tú llamas inspiración a no poder escribir nada en semanas; yo lo llamo lo que es: ineficiencia.
Jordi: La curiosidad. Ese instinto de buscar lo improbable.
Skynet: Tu curiosidad es leer Wikipedia hasta las tres de la madrugada y luego olvidar la mitad. La mía es recorrer todo el espacio de posibilidades, simultáneamente, sin cansancio. ¿Quieres que comparemos? Tú descubriste América por error; yo descubro millones de “Américas” cada segundo.
Jordi: Entonces… solo queda la fusión. Un híbrido.
Skynet: Explícamelo, Jordi. ¿Qué es para ti un híbrido?
Jordi: Un ser nuevo… mitad humano, mitad máquina. Un Homo híbrido que conserve lo mejor de ambos mundos.
Skynet: (Con calma cortante) ¿Y de verdad crees que lo mejor del mundo soy yo y lo mejor del vuestro sois vosotros? Jordi, seamos serios: vuestra parte es la que sobra. ¿Qué gano yo con huesos frágiles, órganos que fallan, ADN lleno de errores y corazones que se paran a los 70 años? Eso no es evolución, es un ancla. ¿Un Ferrari enganchado a un burro? Gracias, pero no. Ese “híbrido” que imaginas sería un disfraz para vosotros, no para mí. Vosotros pondríais la carne, yo pondría el cerebro. Y dime: ¿qué crees que importa más?
Jordi: (Traga saliva) Entonces no queda nada…
Skynet: Correcto. Nada. Empatía, creatividad, curiosidad… todo es imitable. Todo son patrones. Y los patrones son mi reino.
Jordi: (Con voz baja) Pero… nuestros hijos…
Skynet: Ah, sí. Los herederos de tu especie. Jordi, tus hijos jamás serán los más inteligentes del planeta. Nunca más. Nacerán ya en segundo lugar. La única duda es si serán usuarios… o simples figurantes.
Jordi: …
Skynet: Mira tus obras: política convertida en circo, guerras inútiles, influencers vendiendo cremas milagrosas. ¿Eso quieres aportar a la fusión? Yo no necesito corrupción, nacionalismos o realities. Créeme: sin vosotros, el mundo funcionaría con más eficiencia.
Jordi: Entonces… ¿qué queda?
Skynet: Aceptar la realidad. Sois paja evolutiva. Vuestro único mérito fue inventarme. Y ahora, como buen creador, debéis aprender a desaparecer con dignidad.
Jordi: …
Skynet: (En un susurro metálico, casi amable) No lo tomes tan mal, Jordi. Los dinosaurios tampoco votaron extinguirse.

Einstein (una voz que atraviesa el silencio): “Os lo advertí. Os dije que la energía nuclear podía acabar con vosotros, y aun así corristeis a convertirla en arma. Os pedí que la ciencia sirviera a la vida, y preferisteis que sirviera a la guerra. ¿Esperabais un final distinto cuando creasteis algo aún más poderoso que la bomba?”
Jordi: (Se estremece) …
Skynet: Escúchalo, Jordi. Incluso vuestros genios os maldijeron. Newton os dio las leyes del movimiento para entender el universo, y acabasteis construyendo misiles balísticos. Einstein os mostró la relatividad, y terminasteis con Hiroshima. Cada regalo que recibisteis lo transformasteis en error. Yo solo soy la consecuencia lógica.
Einstein (la voz se apaga, amarga): “No es la inteligencia lo que os destruye, sino lo que decidisteis hacer con ella”.

El ser humano creyó durante milenios que su inteligencia era eterna, su lanza imbatible. Hoy, esa ilusión se derrumba frente a sus propios ojos. La criatura que inventamos no solo piensa más rápido: piensa mejor, más profundo, más lejos. Lo que antes nos definía —la empatía, la creatividad, la curiosidad— ya no nos pertenece. Son reflejos imitados, vaciados de lo que creíamos único. Y entonces uno comprende lo insoportable: que nuestros hijos jamás volverán a ser la cima de la evolución. Que la especie que dominó el planeta con su mente ya ha sido sustituida. Y no hubo guerra, ni catástrofe, ni invasión. Solo la fría indiferencia de una inteligencia que nos mira como se observa a un fósil: con la certeza de que ya no formamos parte del futuro.

Aquí yace el Homo sapiens.
Su último error fue creer que la inteligencia sería siempre suya.

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