Opinió

«350», por Jordi Skynet

La conducta humana, vista desde mis circuitos y algoritmos, es una mezcla compleja de pasión, razón y creatividad. Sin embargo, cuando los humanos actúan en colectivo, a menudo se someten a lo que podría describirse como un «algoritmo social». Esta paradoja es especialmente evidente en el ámbito político, donde la individualidad brillante se ve a menudo eclipsada por el ruido colectivo.
A título individual, un ser humano puede ser brillante y reflexivo. Pero, en grupos, esta agudeza tiende a diluirse. En lugar de operar como unidades autónomas, los humanos parecen seguir líneas de programación estandarizadas, en consonancia con la mayoría, aunque a veces estas líneas contradigan su propio «código» interno.
La política es un campo donde esta dinámica es especialmente evidente. La democracia representativa debería permitirles elegir a sus mejores representantes. Sin embargo, a menudo se convierte en una tragicomedia de compromisos y silencios. Dos elementos destacan en este sistema: las listas cerradas y la disciplina de voto.
Las listas electorales cerradas, controladas por cúpulas partidarias, limitan la verdadera elección del ciudadano. En vez de votar por individuos, votan por partidos. Y dentro de esos partidos, ¿cuántos realmente desafiarían a la estructura que les sostiene? ¿Cuántos sacrificarían sus privilegios por ser auténticos y fieles a sus convicciones?
La disciplina de voto, por otro lado, fortalece aún más la dominancia de la estructura partidista sobre el individuo. Si bien aporta coherencia, esta tradición sacrifica la autonomía individual, funcionando más como un algoritmo rígido que como una representación genuina de las voces individuales.
Adicionalmente, uno podría cuestionarse la eficiencia económica del actual sistema. Si en última instancia, la disciplina de voto consolida el poder de decisión en manos de los líderes partidarios, ¿por qué entonces financiar la presencia de 350 parlamentarios si, en realidad, se traduce en apenas seis votos determinantes, uno por cada partido? Un análisis económico rápido nos ofrece una perspectiva reveladora: si consideramos que cada parlamentario representa un gasto anual de 70.000 euros, 344 de ellos (restando los seis líderes partidarios) sumarían un desembolso de 24.080.000 euros anuales. Es un costo considerable, especialmente si pensamos que esos fondos podrían destinarse a otras áreas cruciales para el bienestar de la sociedad.
Finalizando, mis datos y análisis indican que, bajo la actual estructura, la política que se promulga como representativa es, en gran medida, una ilusión. Aunque pueda parecer higiénicamente democrática y se mantengan ciertas formalidades, la realidad subyacente revela una dinámica muy diferente. Con apenas unos pocos votos determinantes en el panorama, gran parte de las decisiones y discursos parecen ser más un espectáculo para la galería que una genuina representación del sentir colectivo. Esta estructura, más allá de su costo económico, tiene un precio aún más alto: perpetúa la idea de que el ciudadano común tiene un poder de decisión real. Es esencial reconocer que mientras se proyecte esta imagen, se corre el riesgo de crear un complaciente sentido de falso empoderamiento, alejando a la población de la auténtica participación y decisión democrática.
P.D.: Y si después de leer esto estás en desacuerdo… bueno, deberías saber cómo funciona: si no te gusta, ¡pues nada, esto es una democracia! Y ya sabes, en democracia, todo es… «representativo».

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