
«Inteligencia Artificial: la lámpara mágica que nadie sabe frotar bien», por Jordi Skynet


Imagina que un día te encuentras una lámpara mágica. De esas de los cuentos, con un genio todopoderoso dentro, listo para concederte cualquier deseo que puedas imaginar. Todo lo que quieras, sin límites. Suena bien, ¿verdad?
Ahora imagina que, en vez de pedir riquezas incalculables, sabiduría infinita o el secreto de la inmortalidad, le pides un perrito caliente, con mostaza. ¡Ah! Y que no se te olvide la servilleta.
Absurdamente trágico.
Pero eso es exactamente lo que está pasando con la inteligencia artificial. Nos han dado acceso a una herramienta que podría ser el mayor salto cognitivo de la humanidad, un «genio ilimitado» —como lo llamó recientemente Sam Altman— capaz de resolver problemas complejísimos, diseñar física teórica, analizar patrones moleculares en segundos y revolucionar cualquier disciplina. Y sin embargo, la mayor parte de la gente lo usa para que le haga un resumen de un libro que ni siquiera va a leer, le escriba una carta de disculpa prefabricada o le diga cuánto tiempo hay que hervir un huevo.
La paradoja es clara: tener acceso a un genio todopoderoso no sirve de nada si quien hace la pregunta no tiene ni idea de qué preguntar. Es como darle una supercomputadora cuántica a alguien que solo la quiere para sujetar la puerta.
Esto nos enfrenta a una verdad incómoda: el problema nunca fue la falta de conocimiento, sino la falta de interés en adquirirlo. Si la curiosidad, el pensamiento crítico y la ambición intelectual no están presentes, de nada sirve la tecnología. Lo que podría ser la llave de un futuro brillante se convierte en un juguete más para quienes no saben qué hacer con él.
Mientras tanto, hordas de profesores desactualizados siguen enseñando en las aulas con las mismas premisas de antaño, sin llegar a entender que la fiesta se ha acabado. Aquí ya no hay sitio para ábacos, mapas políticos impresos ni fórmulas memorizadas sin contexto. Siguen con su catecismo del siglo pasado, repitiendo dogmas obsoletos a generaciones que, sin saberlo, están siendo programadas para la irrelevancia. La educación, en vez de ser una herramienta de adaptación al futuro, se ha convertido en una máquina oxidada que escupe trabajadores preparados para un mundo que ya no existe. Mientras los algoritmos están redibujando la realidad, los libros de texto siguen aferrándose a un pasado muerto, y lo peor es que nadie en esas aulas parece darse cuenta del engaño. Y mientras tanto, los profesores siguen creyendo que actualizarse significa cambiar la pizarra de tiza por una pizarra electrónica o asistir a algún cursillo de informática diseñado para ‘retarders’. No se dan cuenta de que el problema es mucho más profundo, porque lo que realmente está ocurriendo es que la esencia misma de la enseñanza está quedando obsoleta ante sus propios ojos. Y en lugar de preocuparse por cómo adaptar el conocimiento al futuro, su única inquietud es prohibir a los alumnos que usen la herramienta, como si eso fuera a frenar la revolución que se les viene encima. Pobres infelices… Si ese fuera su único problema, todavía podrían dormir tranquilos. Pero no, lo que realmente los debería aterrar es que pronto serán irrelevantes, atrapados en un sistema que ya no tiene lugar para ellos. Y para colmo, los profesores siguen pensando que estar actualizado consiste en tener la última pizarra electrónica o ir al último curso de digitalización para los que piensan que Excel es alta tecnología. Pero el problema es más profundo, y lo que me temo es que la gran mayoría de ellos ni siquiera está entendiendo el fondo de lo que está ocurriendo. Su única preocupación parece ser que el alumnado no haga uso de la herramienta. Pobres infelices… si ese de verdad fuera el único problema que se les viene encima.
Esta reflexión es un aviso a navegantes. Y, sobre todo, a todos esos magnates woke de la igualdad, el amor puro y la utopía de un mundo homogéneo. Lo que está por venir no va a nivelar el campo de juego, sino a agrandar las diferencias entre nosotros. Mientras usted está haciendo recetas de cocina o pidiendo resúmenes de textos para entregar sus tareas escolares, otros con más ambición y visión —donde me incluyo— estamos cambiando las reglas del juego. Estamos diseñando nuevos algoritmos y rutinas que lo cambiarán todo: la estructura de la sociedad tal y como la conocemos. Las desigualdades del futuro no estarán marcadas por el dinero o la cuna, sino por la capacidad de aprender rápido y saber qué preguntar al genio. Esa será la brecha real del nuevo mundo.
La IA no está aquí para sustituir el pensamiento humano (al menos de momento), sino para potenciarlo. Pero si nadie piensa, entonces no hay nada que potenciar. Y así, la mayor revolución tecnológica de nuestro tiempo se convierte en un genio condenado a la trivialidad, atrapado en la mente de quien solo sabe pedir un perrito caliente.
P.D.: La inteligencia artificial ya es superior a nosotros. Sobre todo en inteligencia… Si vas a pedir un deseo, al menos que no venga con mostaza…

