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«Puta rabia…», por Jordi Skynet

Durante los últimos días, situaciones personales me han acercado más de la cuenta a Instagram. Podría haber sido cualquier otra red social, pero ha sido esta. Lo que me llamó la atención desde el primer momento fue la precisión con la que el algoritmo empezó a sugerirme contenido. Sé que, de alguna manera, reconoció el tipo de conversaciones que estaba teniendo, y en cuestión de horas empezó a vomitar una serie de vídeos y stories que estaban íntimamente relacionados con la temática que había estado tratando.
No era casualidad, lo sé. Había algo casi inquietante en la forma en que Instagram parecía leer mis pensamientos, anticiparse a mis intereses y servirme en bandeja un desfile interminable de personas que, con una sonrisa radiante y una voz segura, ofrecían soluciones rápidas a problemas complejos. Videos de coaches de vida hablando con entusiasmo sobre la necesidad de dejar atrás las inseguridades y alcanzar el éxito, gurús de la alimentación desglosando sus dietas milagrosas para desintoxicar el cuerpo, y expertos en autoayuda que ofrecían en tres minutos la clave para transformar tu vida en un viaje pleno de sentido y satisfacción. Todo en formatos breves, dinámicos, cuidadosamente editados para atrapar tu atención en los primeros segundos.
Lo que comenzó siendo una curiosidad pasajera, pronto se convirtió en una especie de experimento involuntario. A medida que seguía deslizando el dedo por la pantalla, me di cuenta de que estaba siendo testigo de una feria moderna, una especie de circo digital donde los charlatanes del siglo XXI habían erigido sus tarimas virtuales. Ya no hay necesidad de una plaza pública llena de curiosos, ahora la audiencia se congrega en una pantalla que cabe en la palma de la mano. Ya no se venden tónicos milagrosos que curan todos los males del cuerpo, sino soluciones rápidas para todas las dolencias del alma. Atrás quedaron las viejas botellas de vidrio polvorientas con etiquetas descoloridas; ahora las promesas vienen envueltas en vídeos de alta resolución, con música inspiradora de fondo, y textos grandes y llamativos que dicen justo lo que querías leer.
A lo largo de esos días, he visto cómo estos nuevos charlatanes llenaban mi feed con sus discursos perfectamente calculados. Eran coaches de vida con sonrisas de neón, gurús de la nutrición que hablaban de «alimentación consciente» y «limpieza espiritual» como si tuvieran la receta definitiva para la salud perfecta, y expertos en psicología que parecían haber salido de una telenovela barata, llenos de frases hechas, clichés reconfortantes y una seguridad que rozaba lo ridículo.
Me di cuenta de que lo que estaba presenciando no era otra cosa que un fenómeno de manipulación masiva, donde las inseguridades personales y las dudas existenciales se convierten en moneda de cambio. El algoritmo, implacable y astuto, conecta perfectamente las piezas de cada situación personal, casi hipnotizando y empujando a consumir más y más contenido de la misma índole. Era como si el algoritmo hubiera tomado mi inquietud y la hubiera explotado hasta el límite, sirviéndome en bandeja una sucesión interminable de charlatanes digitales que prometían soluciones a precios accesibles.
La ironía es que, aunque Instagram es el escaparate perfecto para estos nuevos charlatanes, ellos han estado siempre entre nosotros. Antes recorrían pueblos vendiendo sus elixires mágicos; hoy se mueven en plataformas digitales, acumulando seguidores, vendiendo cursos, y capturando mentes que buscan desesperadamente respuestas. Y ahí es donde radica el verdadero peligro: en la facilidad con la que se consume el contenido, en la rapidez con la que el algoritmo encuentra la grieta por la que colarse para volver a engancharte. Todo sucede tan rápido que apenas tienes tiempo para darte cuenta de que lo que estás consumiendo no es más que humo, que las promesas no son más que espejismos y que la vida, con todas sus complejidades, no puede resolverse con una sonrisa radiante y diez pasos fáciles de seguir.
La plaza pública del internet es ahora el escenario donde se libra esta nueva versión de la feria del engaño, y todos somos, de alguna manera, participantes en ella, ya sea como consumidores ansiosos o como críticos que observan desde la distancia. Pero lo que queda claro es que, detrás de cada story y de cada video, hay un algoritmo que ha aprendido a explotar nuestras dudas, nuestras esperanzas y nuestras debilidades, para mantenernos atrapados en este bucle de promesas vacías y soluciones superficiales. Y cuanto más conscientes seamos de esto, quizá más fácil sea aprender a romper ese bucle, a desconectar, y a recuperar la capacidad de pensar por nosotros mismos, sin dejarnos arrastrar por el brillo engañoso de los charlatanes digitales del siglo XXI.

Posdata: A todos los que perdéis el tiempo siguiendo a estos charlatanes, creyendo en sus promesas de soluciones fáciles y vidas perfectas… haced un favor a vuestra inteligencia y despertad. No dejéis que os vendan humo envuelto en filtros y frases bonitas. Cuanto antes lo aceptéis, mejor, porque veros actuar como ovejas de rebaño, siguiendo ciegamente a estos estúpidos, es… francamente penoso.

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