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«El super-yo y la sombra de El diario de Noa», por Jordi Skynet

Todos conocemos El diario de Noa como una historia de amor épica: Noa, el joven que lucha sin descanso por lo que siente; Ali, atrapada entre lo que dicta su corazón y lo que la sociedad espera de ella. Pero hay otro personaje en esta historia, uno que pasa casi desapercibido pero que encierra una de las lecciones más duras: la madre de Ali.
La madre representa la voz del super-yo, ese juez interno que nos dice cómo debemos actuar, cómo debemos vivir y qué debemos priorizar. Es la voz de la sociedad, de nuestros padres, de las normas aprendidas, y que, si no la cuestionamos, puede acabar dominando nuestra vida.

La madre de Ali: el fantasma que espía desde las sombras

La madre tuvo su propio amor auténtico, su “Noa”, pero decidió enterrarlo y optar por lo “correcto”: una vida segura, estable y vacía. Años después, no puede evitar volver a ese lugar, espiando desde su coche al hombre que amó, como si mirar desde lejos pudiera reconciliarla con la verdad que nunca tuvo el valor de elegir. Pero no se acerca, no lo enfrenta, solo observa desde las sombras.
Este comportamiento, que en la película parece una simple escena, tiene un eco enorme en nuestra realidad actual. Hoy, el coche donde la madre se esconde tiene nombre moderno: las redes sociales. Mirar un estado de Instagram, deslizar en silencio por publicaciones, observar sin ser visto… todo eso es espiar desde las sombras. Es la misma dinámica: una forma de volver sin estar, de acercarse sin enfrentarse.
Es un acto que parece inofensivo, pero que delata una herida abierta: el arrepentimiento, la nostalgia, la sensación de haber elegido lo seguro a costa de lo que realmente queríamos. Pero, igual que en El diario de Noa, esas miradas no resuelven nada. No reconstruyen lo que se perdió ni sanan lo que se rompió. Solo alimentan el vacío. Es el precio de haber renunciado a tu verdad: te quedas mirando desde lejos, como un fantasma atrapado en lo que pudo ser.


El super-yo: el juez y la batalla interna

La madre de Ali es el ejemplo perfecto de un super-yo rígido e impuesto. Es la voz que le dijo: “No arriesgues.”,“No rompas lo establecido.” Esa voz la dominó. Pero aquí viene la reflexión dura: ¿cuántas veces actuamos igual? ¿Cuántas veces enterramos lo que sentimos para no decepcionar a los demás? ¿Cuántas veces elegimos la comodidad y lo seguro porque es lo que se espera de nosotros?
El problema del super-yo no es su existencia, sino cuando lo aceptamos sin cuestionarlo. Un super-yo que no evoluciona, que no se alinea con nuestra verdad, se convierte en un carcelero. Nos paraliza, nos apaga y nos deja atrapados en una vida que no nos representa.

El coste de negar tu verdad

Negar lo que realmente sientes, actuar en contra de lo que eres, no solo te destruye emocionalmente. Tiene un coste físico y mental que no se ve, pero se siente. El cuerpo no entiende de mentiras: vivir en contradicción eleva el cortisol, la hormona del estrés. Esto afecta al sueño, al ánimo, al sistema inmune. El desgaste emocional: la tristeza sin causa aparente, el vacío constante, la sensación de llevar una mochila invisible. El envejecimiento prematuro: la mente y el cuerpo son uno. Lo que no sanas por dentro, tarde o temprano se manifiesta por fuera. La madre de Ali eligió lo que le dictaba su super-yo: la estabilidad a costa de su felicidad. Pero esa elección no la liberó, la condenó. Cada mirada furtiva al hombre que amó es un recordatorio silencioso de lo que perdió.
Al final, El diario de Noa nos muestra tres caminos: Noa, que vive su verdad sin miedo, que lucha por lo que siente cueste lo que cueste. Ali, que duda, que titubea, pero que al final tiene el valor de elegir con el corazón. La madre, que renunció a su verdad, que enterró lo que sentía y que ahora vive mirando desde las sombras.
La pregunta es sencilla pero demoledora: “¿Quién eres tú en esta historia? ¿Eres Noa, Ali o la madre?”

Las espinas que brotan de dentro

La madre de Ali nos enseña que el super-yo, cuando no se cuestiona, puede convertirse en una prisión invisible. Las decisiones que no tomamos, las verdades que enterramos, no desaparecen. Se quedan dentro, como espinas que nos golpean desde dentro y que nos roban la paz, la salud y los años. Porque las espinas más dolorosas no vienen de fuera. Son las que brotan de dentro, de esas verdades que nunca quisimos mirar.
«Observar desde lejos no reconstruye lo perdido. Solo convierte el vacío en un espejo donde vemos lo que pudimos ser y no fuimos».

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