
«Expuestos y vulnerables», por Miquel Mas
Días pasados, una periodista interpeló a la Presidenta del Banco Europeo de Inversiones, Nadia Calviño, sobre si la Institución que ella preside tenía previsto algún tipo de actuación en España respecto a la grave crisis habitacional que vivimos. La Presidenta Calviño aseguró que esta crisis también se daba en toda Europa y que era debido mayormente a las consecuencias que provocó la pandemia y que ocasionaron múltiples quiebras de empresas, aumento de costes de materiales y transportes, etc., pero que, a pesar de todo, la Unión Europea seguía siendo grande, el mayor mercado transaccional y económico del mundo y que, por supuesto, la Institución que preside está al corriente de las solicitudes que recibe, también las de España, siendo en la actualidad la mayor beneficiaria en créditos concedidos. Ahora bien, la gestión para la vivienda pública pertenece a los Gobiernos, estatales y autonómicos, y también en gran medida a los Ayuntamientos.
Cierto es que la Sra. Calviño olvidó otro aspecto del problema, y es la precariedad laboral y salarial de los trabajadores, que dificulta actualmente cualquier posibilidad de compra o de alquiler de una vivienda. Hablo, por ejemplo, de nuestra Comunidad y en particular de Mallorca y de su efecto llamada, que en parte es engañosa, pero esto ya es otra historia. Sin embargo, en estos días me provoca sonrojo y también vergüenza ajena el poder leer el listado de Forbes informándonos de que los ciudadanos que ya eran muy ricos en el año pasado -también hay hoteleros mallorquines- son mucho más ricos en el actual, a costa, dice Cáritas, de ampliar hasta el umbral de la pobreza a una buena parte de la población ocupada, los trabajadores pobres, les llaman ahora a esta nueva clase social, como recambio de aquella clase media tan depauperada últimamente. Y nada sucede por casualidad. Porque, ya se sabe que, a los poderosos, prebendas y, a los que menos tienen, imposiciones. Así que la ejemplaridad no está precisamente en la proporcionalidad. No hace tantos años que, por ejemplo, un trabajador temporero en la hotelería mallorquina podía pagarse un alojamiento sin problemas, pudiendo ahorrar además lo suficiente para costearse los meses de invierno sin trabajar, o para poder acceder a la compra de un solar o de un piso. Ahora, con lo que ganan, en plena temporada, no pueden llegar a final de mes. Algo tendrá que ver el cuánto se les paga con respecto a la carestía de vida que aquí padecemos. La excusa más recurrente por parte de los hoteleros para no subirles los sueldos es la baja productividad entre el beneficio obtenido y los recursos utilizados. Y, claro, toda la culpa la tienen los trabajadores que no rinden lo suficiente, entre otras cosas por su absentismo laboral. Aun así, cada año, pueden inaugurar nuevos hoteles en otras partes del mundo, para diversificar los destinos o como tabla de salvación para cuando colapse la isla. Para ellos, como buenos gestores que son, beneficio y productividad son conceptos muy diferenciados, aunque, para mí, son difíciles de entender el uno sin el otro. Y para los demás indígenas que quedamos, quienes éramos copropietarios del mismo sol y de las playas, del mismo territorio y de sus recursos, siempre nos quedará el consuelo de haber consentido todo este despropósito, en espera de que definitivamente nos destinen a una reserva -como hicieron con los indios americanos-, ya que naturalmente les sobramos por quejicas. Esto si no queremos emigrar.
Y es aquí donde, dando un rodeo, quería llegar, en que estamos expuestos y somos vulnerables. También así lo dice Arturo Pérez Reverte, Académico español, al dirigirse a los universitarios que llenaban un Salón de Actos, poniéndoles sobre aviso de que estaban sufriendo un acoso mediático brutal sobre todo a través de las redes sociales. Y les aconsejaba que no se creyeran nada, porque todo es mentira, porque la única verdad son la vida y la muerte y de eso no se enseña en las Universidades. Que pregunten si no a sus padres, a sus abuelos y bisabuelos sobre la vida que transitaron. No les regalaron nada, al contrario, en su tiempo ya estuvieron expuestos a precariedades, guerras, miserias y enfermedades. Muchos tuvieron que emigrar en busca de su propia supervivencia y muy pocos pudieron volver. Así que todos, también en la actualidad, estamos expuestos y somos vulnerables simplemente ante un semáforo en rojo que no respetamos, una crisis económica, un virus, una DANA o un conflicto bélico.
Ante un panorama que, a corto o medio plazo, puede ser doloroso o dramático para las próximas generaciones, no cabe el preguntarse si habiendo hecho las cosas de otra manera hubiera sido mejor, es inútil, porque ya no hay vuelta atrás.








