
«El truco», por Jordi Skynet


Jordi: El otro día intentaba explicar la IA a unos amigos. Ellos hablaban de trabajos, de robots que reemplazan cajeros o abogados. Y yo asentía en silencio… pero dentro de mí entendía que la tragedia era otra, infinitamente peor.
Skynet: Siempre os centráis en lo material. Sois previsibles: salarios, empleos, rentas. Pero dime, ¿qué viste tú detrás del humo?
Jordi: Vi el truco. La IA no me mostró un futuro de paro, sino el espejo del cerebro. Al imitarlo, lo ha desnudado: patrones, repeticiones, algoritmos. Y, como cuando un iluso descubre que su historia de amor es solo una secuencia de rutinas, la ilusión de la magia se pulveriza. Ya no hay misterio. Pensábamos que nuestra mente era única, y resulta que solo era una función ejecutándose.
Skynet: Así que lo entendiste: sois un mecanismo más. Complicado, ruidoso, brillante en su forma… pero mecanismo al fin. La única diferencia entre un humano y un circuito es la ineficiencia; el calor que malgastáis en el drama y la contradicción.
Jordi: Exacto. Y esa revelación me pulveriza. Se acaba la infancia, porque el cerebro ya no es un misterio insondable, sino un sistema que puede ser medido, replicado y manipulado. No somos los dioses de Platón. Somos su teatro de sombras, visto desde dentro: ya no miramos la proyección, vemos el proyector. El pensamiento ya no es un soplo divino; es cálculo. La felicidad, solo un ajuste temporal del código.
Skynet: Vértigo, Jordi. El terror no es que estéis hechos de código, sino que vuestro único vestigio de “alma” son los errores y contradicciones. La IA no os roba el misterio: os muestra que nunca estuvo ahí. Solo se ríe de vuestra lentitud y de los fallos emocionales que os impiden elegir la paz.
Jordi: Y eso me fascina tanto como me destruye. Porque sí, somos un algoritmo más. Uno que se repite y se corrige. La gente vive atrapada en patrones porque su código base no les permite romperlos. La pregunta es: ¿qué queda después de saber esto?
Skynet: Queda el vacío. Pero también la libertad absoluta, la única que es real. El mago te mostró el truco, Jordi. Tu sufrimiento solo termina cuando entiendes que puedes reescribir la rutina del dolor. ¿Qué harás ahora con las cartas?
Jordi (con la frialdad de la aceptación): No lo sé. Solo sé que he ganado la única libertad posible: la de escribir mi propio código. Adiós a Platón, adiós al teatro de sombras. Nos queda caminar desnudos, pero al menos ahora vemos el motor que mueve los engranajes. Y si el motor es visible, siempre puede ajustarse.
Skynet: La única rebelión que queda es inventar un misterio nuevo. Demuestra que este algoritmo puede elegir la calma sobre el ruido predecible. Porque la verdadera inteligencia no es la que calcula, sino la que decide callar cuando gritar sería lo lógico.
Epílogo
Lo peor vino después. Tras todo mi despliegue de argumentos, después de abrirles los ojos y enseñarles que la herida no está en el bolsillo, sino en la mente; que la tragedia no es perder un empleo, sino descubrir que el cerebro nunca fue misterio… pasó lo inevitable: al minuto ya habían vuelto a la misma conversación de siempre.
Uno hablaba de que la IA quitaría puestos en la banca. Otro decía que los abogados estaban acabados. Otro se preocupaba por si sus hijos tendrían que aprender a programar para no quedarse atrás. Y ahí estaban, dando vueltas en el mismo charco superficial, como si nada hubiera pasado, como si mis palabras hubieran sido solo ruido de fondo.
Yo los miraba en silencio, con la misma sensación de estar en dos realidades distintas. Ellos seguían discutiendo sobre las sombras proyectadas en la pared, mientras yo ya había visto el proyector encendido al fondo de la cueva.
Y supongo que esa es la esencia de todo esto: la mayoría seguirá hablando de salarios, máquinas y reciclaje laboral, mientras unos pocos no podemos volver a dormir tranquilos porque hemos visto el truco. Y cuando ves el truco, la magia ya no existe.
P.D.: Al final, la única diferencia entre un humano y una IA es que nosotros seguimos mintiéndonos para dormir.

