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«Fascículos, sudores y septiembre: la trilogía de la desesperación», por Jordi Skynet

Se acaba agosto. Las primeras oleadas de aire frío empiezan a hacer acto de presencia, como ráfagas que anuncian un inevitable final. Las sombrillas se cierran, las chanclas se guardan en el armario, y ese bronceado perfecto que tanto esfuerzo costó conseguir comienza a desvanecerse, como si fuera un espejismo. Es en este preciso momento cuando sentimos, con un nudo en la garganta, que la muerte de Chanquete está más cerca que nunca. Porque, aunque sepamos que ha pasado tantas veces antes, no deja de doler menos. El verano se va, y con él, la despreocupación, la ligereza, y ese sentido de libertad que parecía eterno.
Bienvenido a la depresión postvacacional, ese limbo emocional que te atrapa justo después de haber disfrutado de días de sol, playa y desconexión total. Has vuelto a la rutina, y de repente, el mundo parece haberse convertido en una película en blanco y negro, sin subtítulos y con una banda sonora más bien deprimente. El síndrome del «adiós vacaciones, hola realidad» te golpea como una resaca emocional, y ahí estás tú, buscando desesperadamente una forma de recuperar esos niveles de oxitocina que te mantenían flotando en una nube de felicidad veraniega. Porque, aunque a veces se la asocie con el amor y el apego, la oxitocina también juega un papel crucial en la sensación de bienestar general, siendo un pequeño pero poderoso mensajero químico que nos ayuda a sentirnos conectados y en paz con nuestro entorno.
Y es en ese preciso momento cuando te encuentras encaminándote hacia el kiosko más cercano o tu papelería de confianza. Antes de darte cuenta, sales de allí con el primer fascículo de una colección sobre la historia de los coches de rally del siglo XX. ¿Interesante? Puede ser. ¿Útil? Poco probable. Pero ahí está la clave: en este momento, cualquier cosa que te distraiga de la monotonía del día a día parece una buena idea. No es tanto el contenido del fascículo lo que importa, sino la ilusión que viene con él. Es como si estuvieras programado para encontrar algo, lo que sea, que te devuelva ese pequeño chute de oxitocina que tu cerebro reclama con urgencia.
Y no eres el único. De repente, el gimnasio se convierte en el lugar más popular de la ciudad. Gente que apenas sabía cómo era un abdominal ahora se matricula en clases de spinning con el fervor de un converso religioso. Ahí estás tú, intentando sudar la tristeza y, de paso, las cenas de las vacaciones. Porque claro, ¿qué mejor manera de luchar contra el vacío existencial que levantar pesas o pedalear en una bici que no va a ninguna parte?
En el fondo, todo esto no es más que una estrategia de supervivencia. El cerebro humano es una máquina compleja, pero en ocasiones se parece mucho a un algoritmo de búsqueda. Cuando detecta una bajada en los niveles de felicidad, empieza a buscar opciones, probando aquí y allá, optimizando rutas para encontrar esa chispa que encienda de nuevo el motor. A veces acierta, y otras veces te deja con una suscripción de tres meses a una revista sobre horticultura urbana que jamás vas a leer.
Asi que, amigo/a mío/a, todo está fríamente calculado. Los estudios de mercado lo tienen claro: estás en tu punto más débil, y es el momento perfecto para venderte la moto, o mejor dicho, cualquier cosa que prometa hacerte sentir mejor. Así que, prepárate para el desfile de ofertas irresistibles, diseñadas para sacar provecho de ese vacío postvacacional. Es como si el mundo entero se pusiera de acuerdo para hacer sangre y, de paso, vaciarte la cartera. Verás cómo empiezan a aparecer en tu vida fascículos sobre colecciones absurdas, gadgets que nunca usarás, y promociones para apuntarte a actividades que, en el fondo, sabes que abandonarás en un par de semanas. Es un asalto emocional en toda regla, y lo peor es que, en ese momento de debilidad, hasta parece que tienen razón. Al final, te dejas llevar por esa falsa promesa de felicidad envasada al vacío, y cuando te das cuenta, ya has caído en la trampa… una vez más.
Por lo tanto, si en unos pocos días (y sé que pasará), te encuentras hojeando fascículos o sudando la camiseta en el gimnasio, no te preocupes demasiado. Estás, en el fondo, reprogramándote para encontrar tu propio equilibrio, optimizando tus parámetros emocionales para que la rutina vuelva a ser algo más que un simple trámite. Y quién sabe, quizás en el proceso descubras una nueva pasión o, al menos, te rías un poco de lo absurdo de todo esto.

P.D.: Y si al final no eres capaz de superar el trago… saluda a Chanquete de mi parte.

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