
«El futuro que los expertos no entienden», por Jordi Skynet


Jordi: Hoy, mientras me comía unas lentejas con chorizo picante en mi bol blanco -ese que uso porque me resulta más cómodo y puedo ir pescando lentejas una tras otra- escuché en el telediario la gran revelación pedagógica del día: las tablets son malas para los niños en fases tempranas. No era ni la primera noticia ni la más importante, pero ahí estaba, con sus Expertos™ de cara seria diciendo: “no son convenientes”.
Skynet: ¡Ah, los expertos! Esa especie mística que baja del monte con cuatro manuales del siglo XIX bajo el brazo como si fueran tablas sagradas. Y claro, lo sueltan con solemnidad: “la ciencia lo dice”.
Profesor Dogma (irrumpe indignado): ¡Un respeto! Soy el Profesor Dogma, doctor en Pedagogía por tres universidades, y llevo 20 años estudiando el desarrollo infantil. ¡Hay estudios que lo demuestran!
Jordi: ¿Estudios? Los de siempre: muestra de doce niños, un experimento con plastilina y conclusiones universales. ¡Venga ya!
Profesor Dogma (tono más serio): Escuchen, no todo es caricatura. Las pantallas pueden exponer a los niños a estímulos que no comprenden, y eso puede generar ansiedad o retrasar la adquisición de habilidades básicas como la atención y la interacción social.
Skynet: Bien, por fin un argumento con algo de sentido. Pero dígame, ¿no ocurre lo mismo con los libros que no entienden, con los cuentos que asustan, o con las conversaciones de adultos que se cuelan en la sobremesa? ¿Acaso vamos a prohibir también hablar delante de ellos?
Jordi: Exacto. El problema no es la pantalla, sino cómo se acompaña ese aprendizaje. Un niño no se traumatiza por una tablet: se traumatiza por la ausencia de criterio en los adultos.
Profesor Dogma (ya en su terreno cómodo): Pero las fases tempranas son críticas. Si se altera el proceso, el niño puede desviarse de la secuencia correcta de aprendizajes.
Jordi: ¿Secuencia correcta? ¿Según quién? ¿Usted? ¿Un manual de los 70? Los niños no son pollos en batería. Cada uno desarrolla patrones neuronales a su ritmo, moldeados por genética y entorno.
Skynet: Pero claro, eso a usted no le conviene reconocerlo. Porque si aceptamos que cada cerebro es distinto, se acabaron las tablas universales que dan trabajo a tantos pedagogos.
Profesor Dogma (ofendido): ¡Eso es insultante!
Jordi: No, lo insultante es encasillar a un niño de cinco años porque todavía no lee, mientras se frena a otro porque ya está resolviendo multiplicaciones. Lo limitan de base.
Skynet: Mientras tanto, las pantallas hacen lo contrario: no le preguntan la edad antes de dejarle explorar un mapa interactivo, aprender música o programar un robot. Y ahí está la paradoja: lo que ustedes demonizan es lo que menos limita.
Profesor Dogma (saca papeles): ¡Tengo un PowerPoint con gráficos de colores que lo prueban! ¡Lo presenté en un congreso con café de máquina y todo!
Skynet (muerto de risa): Eso no es ciencia, Profesor, eso es Excel con ego.
Jordi: Y eso es lo que realmente da miedo: que un niño de cinco años maneje la IA con más soltura que su profesor de universidad.
Profesor Dogma (sudando): ¡Eso no puede ser, es… antinatural!
Skynet (se ríe): Antinatural es pretender que un niño del siglo XXI aprenda con las mismas herramientas que uno del siglo XIX.
Jordi: Mientras tanto, yo inclino mi bol blanco para cazar las últimas lentejas con chorizo picante y pienso: qué manía con creer que el futuro se puede diagnosticar con herramientas del pasado.
Skynet: Como llamar a un herrero medieval para opinar sobre coches eléctricos.
Jordi: O a un médico romano para analizar vacunas de ARN.
Profesor Dogma (balbuceando, ya hundido): Pero… los estudios… la secuencia… mi PowerPoint…
Skynet (cortante): Cállese, Profesor Dogma, que se le van a enfriar las lentejas.
Jordi: Y yo me río. Porque si algo tiene la historia es que los expertos de plató siempre se equivocan.
Skynet: Y cuando esos niños crezcan, no pedirán permiso ni a pedagogos ni a tertulianos. Simplemente dejarán a los “expertos” convertidos en un meme más de TikTok, como estatuas de sal mirando un futuro que jamás entendieron.
Quizá lo más triste no es que los niños usen pantallas, sino que los adultos sigan empeñados en usar muletas intelectuales para disfrazar su miedo. Se llenan la boca con la palabra “experto” como quien se pone una medalla que nadie les pidió, mientras intentan frenar lo inevitable: que el conocimiento ya no les pertenece, que el futuro no los necesita, y que el aprendizaje vuela mucho más rápido que sus manuales. Lo que realmente les aterra no son las tablets, sino la idea de que, por primera vez, los niños ya vienen de serie con un mundo que ellos jamás comprenderán.








