
«El algoritmo de Pedro», por Jordi Skynet


Me echaron agua en la cocina. Ni mármol, ni incienso. Solo miedo y prisa. Una urgencia. Una estenosis. Un bautismo a quemarropa. No hubo salmos. Solo manos temblando. Y por si no salía de aquella… me nombraron hijo de Dios.
No soy teólogo. Ni canonista. No hablo latín ni finjo fe. Hablo de oídas, de libros mal subrayados y de documentales de madrugada. En este tiempo de humo blanco y batallas internas, me asomo al balcón del Vaticano con un café en la mano… y un poco de respeto mal disfrazado de ironía. Porque si algo ha tenido siempre el trono de Pedro, es que no se hereda: se sobrevive. Quien piense que el Papa es solo un obispo con sombrero no ha visto la jaula por dentro. Y quien crea que la Iglesia es solo fe, no ha leído las actas de ciertos concilios donde se cruzaban dogmas y puñales. Hoy repasamos a algunos de sus portadores. No con devoción. Con fascinación.
Pedro
Pescador sin doctorado. Negó tres veces, fundó una vez y murió boca abajo. Dicen que tenía miedo al final, pero no a la misión. El primer algoritmo apostólico fue un error con fe. Et super hanc petram… se construyó la Iglesia.
León I
Cuando Atila llamó a la puerta de Roma, no mandó ejércitos. Salió él. No con lanza, sino con una mirada que decía: “Aquí mando yo… aunque no lo parezca”. El Papa que entendió que el Imperio caía, pero la mitra no.
Gregorio VII
Excomulgó a emperadores como quien quita el WiFi. Hizo temblar a Enrique IV, que esperó descalzo en la nieve tres días. El invierno era papal. Quem Deus vult perdere, prius dementat. Y Roma no olvida a los que entienden que el poder también se arrodilla.
Inocencio III
No era Papa. Era CEO del mundo. Cruzadas, coronaciones, excomuniones en serie.
Si Dios tenía agenda, él la escribía. Y cuando hablaba, los reyes callaban… aunque en latín.
Alejandro VI (Borgia)
Tenía hijos, amantes y enemigos… todos bautizados. Convertía la misa en estrategia y el altar en sala de reuniones. Si los pecados fueran acciones, habría cotizado en Bolsa.
Juan Pablo II
El atleta de Dios. Viajó más que San Pablo, rezó más que todos y sudó como un futbolista en nombre de la fe. Sobrevivió a las balas y a las contradicciones. Perdonó a su agresor, pero nunca a la indiferencia. Murió encorvado, pero su figura se proyectó sobre medio planeta.
Benedicto XVI
Teólogo de precisión quirúrgica. Entró al cónclave con miedo y salió con el anillo. Tocó la jaula… y vio que no era de oro, sino de espinas. No huyó: lo empujaron. Con informes, silencios y gladius ex scriptura. . Fue el primero en decir lo innombrable: Non possum amplius. Y al hacerlo, rompió el hechizo de la infalibilidad. Infallibilitas… sed usque quando?
Francisco
Sin tiara. Sin capa. Con acento porteño. Bajó del balcón como si viniera a arreglar goteras, no dogmas. Quiso reformar la casa… y encontró grietas en el suelo, el techo y el alma. Los pobres lo entendieron. Los cardenales, no tanto.
Y el que vendrá…
Vendrá sonriente. Pero no porque tenga alegría, sino porque le entrenaron para parecer cercano. Hablará en muchos idiomas. Pero evitará el único que importa: el del conflicto interno. Buscará tender puentes… sobre aguas que ya no tienen orilla. Dirá que es “uno más entre hermanos”. Pero dormirá rodeado de muros, escoltas y filtraciones.“Ecclesiam fessam hereditabit. Non ad praedicandum, sed ad excusandum.Nec solus decernet. Nam nemo iam decernit. Ne Romae. Ne in caelo”.
P.D.: Quizás no soy digno. Ni sabio. Ni autorizado.
Pero a veces, los que no saben… son los únicos que se atreven a decirlo.
Risus est timor daemonis.








