
A sa p… parra


Saps què vol dir estar a sa puta parra? Vol dir estar completament despistat, penjat, fora de la realitat. Com si estiguessis en un “limbo” mentre la vida real passa de llarg i tu ni t’enteres.
Y en eso, amigo mío, están nuestros políticos. Se creen que con reducir la jornada laboral de 40 a 37,5 horas a la semana nos han arreglado la vida. ¡Mitja horeta menys cada dia! ¡Quina revolució!
Pero la realidad -y aquí entra en juego la puta parra- es que mientras ellos aplauden su victoria sindical y se hacen selfies de celebración, la inteligencia artificial ya nos está preparando el auténtico sartenazo: la reducción laboral definitiva, la que nos llevará de las 37,5 horas… a jornada cero.
Aquí sí que no habrá convenios, ni sindicatos, ni comités de empresa que valgan. Aquí lo hace todo una máquina. Una que no descansa, no protesta y no pide ni media baja por estrés.
I així és com, entre rialles i selfies de polítics que viuen en sa puta parra, mos ve damunt un apocalipsi laboral de categoria.
Como si no tuviéramos ya bastante con la gente que no sabe qué hacer con su tiempo libre -con sus depresiones, con su vacío existencial, con sus cabezas hechas un lío por no encontrar un propósito-, ahora les regalamos 2,5 horas más cada semana para comerse el tarro, para enredarse en sus propias neurosis. Esto no puede acabar bien.
Esto me recuerda a cuando mis padres hacían caracoles en casa. Mi madre tenía su olla mallorquina de barro, con sal en el reborde para que no se escapasen -no fuera a ser que se sintieran con derecho a huir- y el fuego al mínimo, para que no notaran lo que se les venía encima. Pero antes de todo eso, los tenían unos días en harina para que se purgaran y salieran bien limpios antes de cocinarlos. ¡Un proceso de purificación muy meticuloso!
Pues eso somos nosotros: caracoles a fuego lento. Nos tienen en harina desde hace tiempo -con reformas laborales, titulares vacíos y aplicaciones para distraernos- soltando lo que sobra, para que cuando llegue el momento de echarnos a la olla, estemos listos para cocernos sin rechistar.
Y lo más irónico es que, igual que mi madre les ponía salsa de alioli o de tomate al final -para que quedaran bien sabrosos-, la IA también nos va a cocinar a su manera: con algoritmos, automatizaciones y recortes de plantilla, servidos en bandeja de plata.
Eso sí, con la misma ternura con la que mi madre les daba el último hervor, para que ni se enteraran. ¡Buen provecho, caracoles humanos!
¿De verdad no han entendido que sentirse útil y ocupado es la sal de la vida? Volver a casa con esa sensación de: “¡Qué día más duro se me ha hecho, pero qué satisfacción!” es lo que nos hace humanos. Y ahora nos quitan hasta eso.
Mientras la IA afila los cuchillos para dejarnos en jornada cero, nosotros aquí estamos, aplaudiendo media hora menos al día como si fuera la panacea. ¡Enhorabuena, campeones!
Y si no te lo crees, ahí tienes a Geoffrey Hinton, el “padre de la IA” -al que algún medio despistado le ha colgado hasta el Nobel de Física (que no tiene, pero qué más da)- avisando que “la gente no sabe lo que se viene”. Como un tigre de peluche que crece y te arranca la cabeza.
¿Y si el futuro del trabajo no es de 37,5 ni de 40 horas… sino de cero? Porque la IA no pide permiso, ni media hora de cortesía. No firma convenios. Ni se va de cañas.
Y no, no es coña: las cifras son frías y brutales. Eliminación neta de 400.000 empleos en España en los próximos 10 años -y eso con previsiones optimistas-. Dos millones de puestos totalmente en riesgo, y un 40% del mercado laboral global al borde del abismo. Mientras tanto, el paro en España sigue atascado en el 11,4% -y entre los jóvenes, un insultante 25%-.
Así que, si nos quedamos celebrando media hora menos de jornada, cuando queramos reaccionar, ya no quedará nada que salvar.
Postdata:
Cargol, treu banya,
puja a la muntanya;
cargol bover,
jo també vindré.
(Per si de cas, la IA ens hi espera al cim, amb la salsa ja preparada… i amb les banyes ben amollades!)








