
«Pateras de oro», por Jordi Skynet


No hace mucho, una noche sofocante de verano en el Claustre de Santa Anna de Muro, asistí a una representación que me dejó el alma revuelta. Dentro del ciclo SonsDeNit’24, Toni Gomila, Marcel Cranc y Queralt Albinyana presentaron un espectáculo titulado «Ubi Pisces Moriuntur – Allà on moren els peixos». Ya con el título se intuía que no iba a ser una noche liviana.
Lo que presenciamos no fue una obra al uso, ni tampoco un manifiesto directo. Era algo más etéreo, más incómodo, más hermoso. Todo flotaba en un lenguaje simbólico, casi litúrgico. No se hablaba explícitamente de pateras ni de migración, pero estaban ahí, latiendo bajo cada palabra, entre cada nota de piano, en los silencios. El drama estaba contenido, no narrado. Era un Mediterráneo convertido en personaje: poético, trágico, y a veces brutal.
Y sin embargo, lo que más me removió no fue la evocación del otro, del que cruza el mar, sino la intuición de que ese mar también nos esperaba a nosotros.
Porque mientras llevamos años observando las pateras que llegan a nuestras costas con una mezcla de compasión y condescendencia -pobres los que vienen, qué duro lo suyo, qué suerte tenemos nosotros-, no vimos venir que se avecinaba un giro de guion.
De repente, serán nuestros hijos los que tengan que abandonar la isla. No por elección. Por supervivencia. No se irán por hambre, pero sí por hartazgo. No huirán de guerras, pero sí del turismo que ha colonizado su presente. No lo harán en cayucos de madera, pero sí en vuelos sin retorno.
Se marcharán porque Mallorca se ha vuelto inhabitable para quien no hereda. Porque el salario no basta, el alquiler asfixia, y la estabilidad es un mito de otra generación. Porque vivir aquí ya no es un derecho, sino un privilegio. Y entonces los veremos partir.
Con su carrera, su inglés, su portátil, su currículum retocado con esmero. Y nos diremos que es “una oportunidad”. Que es “experiencia internacional”. Que es “temporal”.
Pero la verdad -la que escuece por dentro- es que también ellos se van en patera. Solo que esta vez es una patera de oro.
Una patera con ruedas, con boarding pass, con red WiFi y auriculares inalámbricos. Pero patera, al fin y al cabo. Porque lo que se abandona no es solo una tierra. Es una promesa. Una pertenencia. Una infancia que no cabe en Airbnb.
Nosotros, que mirábamos desde la orilla a los migrantes pensando que venían del otro mundo, ahora mandamos a los nuestros al exilio disfrazado de modernidad.
Y quizás algún día, en otro claustro, otra noche de verano, alguien suba al escenario y nos cuente esta historia. La de los que se fueron no en busca de pan… sino de dignidad.
Y entonces el mar, sin decir palabra,
nos devolverá lo que no supimos cuidar:
los hijos,
la lengua,
las raíces con sal.
Y no habrá aduanas, ni billetes,
solo cuerpos flotando
con la elegancia amarga
de lo que se despide sin hacer ruido.
Porque aquí, donde morían los peces,
ahora naufragan los que un día
pensaron que tenían tierra firme bajo los pies.
J. Skynet
P.D.: Por si aún no lo ves claro: no son ellos los que vienen. Somos nosotros los que nos vamos. Y lo peor… es que ni siquiera nos estamos dando cuenta.

