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Recordando la historia de las Coves del Drach (I)

Antigua entrada a la cueva, con el guía sentado

A tan solo cuatro años de que se cumpla un siglo y medio desde que fueran descubiertas, puede antojarse oportuno volver la vista atrás para recordar la historia de algo tan emblemático para Manacor y mundialmente conocido como son las Cuevas del Drach, también acertadamente llamadas “ses Coves de Manacor”. Una maravilla natural, cuya belleza y encanto han merecido los más encendidos, y nunca excesivamente ponderados, elogios.
Alguien dejó escrito hace años, signado con las iniciales C .S. J., que “es difícil hablar de las cuevas del Drach sin caer en los tópicos de los folletos turísticos, que incluyen normalmente fabulosas descripciones realizadas por ilustres visitantes en los tiempos en que Mallorca era la perla del Mediterráneo…”. Acertada reflexión que nos lleva a dejar de lado tales tópicos para centrar este reportaje en los datos históricos recogidos de diversas publicaciones escogidas al azar y que están al alcance de quien sienta curiosidad por conocerlos.

Edouard-Alfred Martel descubrió el lago que, a partir de entonces, llevaría su nombre

Descripción e historia

Una descripción documentada que se hace de las cuevas del Drach, dice que “son cuatro cuevas que se extienden hasta una profundidad de 25 metros, alcanzando 1,2 kilómetros de longitud. Las cuatro cuevas se denominan Cova Negra, Cova Blanca, Cova de Lluís Salvador y Cova dels Francesos, y están conectadas entre sí. Las cuevas se formaron por la acción del agua de lluvia, y algunos estudiosos consideran que su formación podría remontarse al Mioceno, hace entre 11 y 5,3 millones de años”.
A pesar de que no existe ninguna referencia explícita a la cueva en el Medievo, algunos historiadores sitúan la primera evidencia de la misma en una carta escrita por el gobernador de la isla, Roger de Rovenach, al alcalde de Manacor en 1338. El nombre de Drach aparece por primera vez en 1632, en la obra “Historia del Reino de Mallorca” de Dameto. Durante los siglos XVIII y XIX la mayoría de geógrafos citan las cuevas en sus obras, incluyendo al Cardenal Despuig, Berard i Solà y Joaquín María Bover.
Las cuevas del Drach, desde su, digamos, descubrimiento han merecido los más encendidos elogios y han despertado el interés de multitud de destacadas personalidades del mundo de la cultura en sus distintas vertientes. Así, consta documentalmente que en 1880, el entomólogo alemán M. Friedrich Will, invitado por el Archiduque Luís Salvador de Austria, realizó el primer mapa de las cuevas, que incluye la cueva Blanca y la cueva Negra. Por su parte, Julio Verne mencionó las cuevas en su obra Los viajes de Clovis Dardentor (1895), donde enumera sus maravillas, “consideradas como las más bellas del mundo, con sus lagos legendarios, sus capillas de estalactitas, sus lagos de aguas limpias y frescas, su teatro, su infierno, denominaciones fantásticas si se quiere, pero que merecen las maravillas de aquellas inmensidades subterráneas”, escribió.
En septiembre de 1896, el francés Edouard-Alfred Martel, considerado el padre de la espeleología moderna, fue invitado por su amigo Gaston Vuillier, quien había visitado las cuevas años antes, y por Luis Salvador de Austria. Martel, acompañado de Louis Armand, descubrió las otras dos cuevas, la cueva que se llamó de Luís Salvador y la de los franceses, además de un lago subterráneo, que desde entonces llevaría el nombre de lago Martel, de unos 115 metros de longitud y 30 metros de ancho. El lago Martel es considerado como uno de los mayores lagos subterráneos del mundo.
En 1929, dentro de la que podríamos considerar la segunda etapa de las cuevas del Drach, ya propiedad de don Juan Servera y Camps (del que hablaremos más adelante), se abrió un nuevo acceso frente a Cala Murta que se convirtió en la entrada principal para los visitantes.
Otra obra importante, que proporcionó a las cuevas del Drach más belleza y espectacularidad, fue la iluminación eléctrica de la totalidad del recinto subterráneo. El ingeniero catalán Carles Buïgas, después de quince meses de trabajos, concluyó su proyecto de iluminación eléctrica en el interior de las cuevas, que incluye el espectáculo conocido como “Amanecer en el lago”, de gran vistosidad.

Vasija ¿romana? encontrada por los dos franceses extraviados en la cueva

Las primeras visitas

Cuenta Juan Moratille en su libro “Porto Cristo, entre ayer y mañana” que “a finales del siglo XVIII, Don José Ignacio Moragues y Comelles, jefe a la sazón de la ilustre familia Moragues que vino a Mallorca con el Rey Jaime I el Conquistador, se declara en acta notarial de valoración catastral, propietario, entre otras posesiones, de la denominada Rafal Pudent y de la de Son Moro, enorme finca de 787 cuarteradas que incluye la zona entre Cala Murta y Cala Manacor, en la que precisamente se encuentran las Cuevas”.
Fue entonces cuando la preocupación científica de la sociedad europea culta y obras de ficción como Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, despiertan la curiosidad por aquellas cuevas. Tras la inauguración de la línea férrea Palma-Manacor en 1878, estando ya construido el puente sobre el torrente de Na Llebrona, empiezan a organizarse las primeras visitas colectivas, que quedaron registradas en el libro de visitas de 1878 que obra en los archivos de la familia Moragues, entre abundante documentación.

Accidentada visita

Una de aquellas primeras visitas resultaría, sin pretenderlo, un importante reclamo que despertaría aún más la curiosidad general por visitar las cuevas. Los hechos ocurrieron el 11 de abril de 1878 y sus protagonistas fueron los dos espeleólogos catalanes Salvador Riu i Font y su sobrino, Josep Llorens i Riu.
El espeleólogo francés Edouard-Alfred Martel, explorador del lago que lleva su nombre, narra en su “Memoria” publicada en el Anuario del Club Alpino francés, los hechos que hubieran podido terminar en tragedia, diciendo: “Hasta abril de 1878 no empezó a ser visitada la Cueva del Drach y entonces fue cuando, deseosos de explorarla a fondo, los señores don Salvador Riu i Font y don José Llorens i Riu, acompañados por el falso guía Jaime Ballester, perdiéronse en sus galerías y estuvieron a punto de suicidarse antes que morir de hambre. Habiendo entrado a las seis de la mañana, hasta las 10 de la noche no pudo dar con ellos el señor Femenías, fondista de Manacor quien, alarmado por tan prolongada tardanza, acudió en su busca. En agradecimiento regalaron a su salvador una valiosa vasija de dos asas recogida durante su permanencia en la gruta y por ellos considerada como romana”.

Embarcación que se usaba para atravesar el lago subterráneo

Las cuevas y el Archiduque Luís Salvador

Aquella segunda mitad del siglo XIX, llegaría a Mallorca un personaje principal que daría a conocer a Europa una isla casi desconocida, pese a su situación, en el centro del Mediterráneo Occidental. Se trata del Archiduque Luís Salvador de Austria (1847-1915), hijo del Gran Duque de Toscana Leopoldo II y de María-Antonieta de Borbón-Sicilia. El Arxiduc, como se le nombra en Mallorca, descubrió los encantos de Mallorca en uno de sus múltiples viajes, se enamoró de la isla, adquirió grandes propiedades en la Serra de Tramuntana y, entre 1869 y 1891, cuenta sus descubrimientos a través de apasionados relatos que se materializarían en un mecenazgo que solo podía realizar un hombre libre, rico y esteta. Todo ello se plasma en su gran obra literaria Die Balearen in Wort Bild Geschildert, en palabras e imágenes, pues él mismo ilustraba sus textos con admirables dibujos.
Como no podía ser de otra manera, el Archiduque Luís Salvador se interesó, y mucho, por las cuevas del Drach. De su particular visión de las mismas y sus distintas intervenciones, hablaremos en un próximo reportaje.

Columna de La Palmera

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