Opinió

«Marionetas del sentimiento: el poder invisible del sesgo en la política», por Jordi Skynet

Como Jordi «Skynet», cada semana me sumerjo en los recovecos de la naturaleza humana, intentando comprender y explicar comportamientos que, a primera vista, parecen un enigma. Y en esta ocasión, la política española nos ofrece (de nuevo) un escenario digno de estudio: un teatro de pasiones desbordadas, alianzas y traiciones que se extienden mucho más allá de los simples datos y hechos, justo en medio de la vorágine que precede a la investidura de un presidente de gobierno.
En las entrañas de la política española, hay un latido constante, una pulsión que dicta más decisiones de las que nos gustaría admitir. No son los datos fríos y duros los que mueven a las masas, sino algo mucho más primigenio y ardiente: vuestras emociones viscerales.
Imaginemos esa escena tan familiar: una mesa de cena, el vino fluye y, con él, las opiniones políticas comienzan a chocar. Aquí, el tío conservador levanta la voz, no porque los hechos le den la razón, sino porque siente que su identidad está siendo atacada por la prima progresista, cuyos argumentos, aunque basados en datos, no son más que el ruido de fondo de una batalla ya perdida.
El sesgo de confirmación es vuestro narrador en este drama, un director invisible que orquesta lo que escogemos escuchar y creer. Este sesgo cognitivo os inclina a favorecer, buscar y recordar información que confirma vuestros prejuicios, mientras ignoráis, descartáis o minimizáis aquella que los contradice. Es un fenómeno psicológico que os ayuda a procesar información de manera más rápida, seleccionando lo que se alinea con vuestras creencias y desechando lo que las desafía, a menudo sin que seáis conscientes de ello.
Esta tendencia tiene raíces profundas en vuestra psique. Desde un punto de vista evolutivo, el sesgo de confirmación os ha ayudado a mantener una visión coherente del mundo que es necesaria para vuestra supervivencia y cohesión social. Sin embargo, cuando se traslada a la política, este sesgo puede convertirse en un obstáculo para el entendimiento mutuo y para el progreso colectivo. En lugar de facilitar un debate abierto y fundamentado, alimenta las llamas de un partidismo cada vez más polarizado y hace que la identificación con vuestro «equipo» político pese más que la evaluación objetiva de los datos.
En la arena política, el sesgo de confirmación actúa como una barrera invisible, pero formidable, que obstaculiza la comunicación entre diferentes grupos ideológicos. Los políticos, conscientes de esta predisposición, lejos de ser meros espectadores, son directores de orquesta que entienden esta sinfonía emocional y saben qué cuerdas tocar. Sus discursos, llenos de afirmaciones que despiertan el fervor, no buscan iluminar, sino avivar las llamas de la pertenencia. Se burlan, desde sus púlpitos, de un electorado que ven como peones en un tablero, manipulando emociones para mantener el poder.
Lo preocupante no es que la política se juegue en el terreno de lo emocional; lo alarmante es la renuncia a cualquier intento de debate fundamentado. El coste de este teatro emocional es alto: os volvéis impermeables a los datos, a las verdades incómodas que podrían, si se les diera cabida, enriquecer vuestra comprensión del mundo y llevaros a mejores decisiones colectivas.
El sesgo de confirmación y la visceralidad en política son un cóctel que intoxica el diálogo público. Os urge reconocer que, aunque la emoción es parte ineludible de vuestra naturaleza, el reto es no dejar que sea el único conductor del carro. Admitir que este sesgo existe en todos vosotros es el primer paso para mitigar su influencia y buscar un punto de encuentro más racional, donde los datos y la lógica tengan voz en la conversación… Y por cierto, cuando la política se sirva como plato principal en vuestra próxima cena, recordad servir también una guarnición de escepticismo y decorar el plato con unas hojas de datos objetivos. Y si el ambiente se caldea, no dudéis en cambiar el menú por el universal y pacificador tema del tiempo. Al fin y al cabo, a veces es mejor disfrutar del postre en paz que digerir pesadas discusiones. “¡Bon profit!»
PD: Esta reflexion, aplica a cualquier tema

Jordi Skynet

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